Si creyera que la escritura envejece como lo hago yo tal vez no escribiría.
Se desvanece con el tiempo mi cuerpo, pero tengo la ilusión de que perdure en el cuerpo de este escrito. Perdurar, un deseo imposible de la humanidad . ¿Seré memoria en la memoria de los que amo y de los que no me conocerán pero llevarán un poco de mi sangre y tal vez algo de mi carácter o mis ojos?
No alcanzarán mis fotos desteñidas para que muestren quién he sido a mis herederos cómo no han alcanzado a quienes me precedieron las suyas, para que yo supiera de su existencia en este mundo.
Repito a mis hijos anécdotas y frases de mi madre, mi padre y mis abuelas. He recitado lo que recitaba mi madre cuando yo era pequeña a mis hijos pequeños y le canto a mi nieto las canciones con que me durmieron.
Me simulo que las palabras dichas, si están escritas, harán que no me olviden aquellos que tienen por legado familiar el transmitirlas de generación en generación.
Sé que una tía abuela echó a su marido de la casa la misma noche de su casamiento cuando se enteró que la engañaba y de una prima de mi padre que aceptó sin chistar la doble vida del suyo.
No las he conocido, alguna debe ser parte del álbum familiar como una silueta sepia sin nombre.
Tal vez, desde donde están, regañen a quienes cuentan sus historias o les agradezcan perdurar en el tiempo a través de esas narraciones que posiblemente vivas las avergonzaba.
¿Revivirán los muertos un poco cuando se sienten nombrados?
Nos acercamos a ellos cuando los mencionamos.
Trascender a nuestro tiempo, esa vana ilusión de los humanos. Una contradicción de la condición humana es comenzar a morir cuando nacemos.
Para la inagotable sed de ser eternos se inventaron las palabras.
Vamos ,me digo, comienza ya a escribirlas
*Por Susana Martino, prof. Cs de la Educación.