CREPÚSCULO*

A los amores que nunca existieron, a los que nos dejaron o partieron, a los que siempre deseamos.

 

Crepúsculo

Si no es con la poesía, entonces, como darle

la palabra al alma para expresar su lamento.

Si no es con los recuerdos, entonces con que

seguir viviendo lo que la realidad nos niega a cada instante

Si no es con los amigos, a quien poder transmitir la memoria,

contarles nuestros miedos, angustias y zozobras;

las penas que en el alma se quedaron sin oyente.

 

Nuestra voz trepida como un eco en los desiertos de las ausencias,

mientras nuestros días repiten monótonamente el gris de la rutina.

Y la soledad se nos mete hasta debajo de las uñas, enfría las sábanas,

espera en un plato vacío la llegada de quien ya nunca volverá a usarlo,

o los cajones del ropero aguardan tristes prendas perdidas, sábanas arrugadas

de las muchas guerras habidas, de las batallas ganadas o perdidas,

en campos de hijos nonatos; noches de dolor, o de costumbres habidas.

 

Tantas arrugas fueron sumando a aquel rostro terso, pelo negro encanecido;

aquellos ojos claros, opacados ahora, y esas manos firmes estrechando la cintura;

tantos abrazos perdidos, y besos jamás dados; crispadas caricias en garra que

dejaron vacías las ganas del amor. Mudos susurros frustrados; sordos oídos

tapados por gritos. Piel que perdió el roce y el estremecimiento, porque

ya nadie la toca. Ya nadie viene con flores robadas de jardines ajenos,

ni música suena acompañando danzas; melodías muertas, luces que ya no brillan.

 

En tardes como estas, con soles o con lluvias; noches de estrellas o relámpagos,

los pasos se acercaban; el ruido de las llaves, luciérnagas reviviendo del letargo.

Un saludo lejano, que fulgurante y veloz, se estrellaba en un beso apasionado.

 

Una mano despeinando los cabellos húmedos del baño vespertino que, tal vez, 

preparaba la escena del amor al pie de las ollas humeantes, de la mesa servida.

De la ropa en el suelo; la toalla desprendida que descubría tu cuerpo aún mojado.

Mis manos en tu espalda, tus piernas ansiosas apretando mis caderas, y tu boca.

 

Volcán de dientes que, entreabiertos, mordían presurosos mis labios encendidos,

Todo era erupción, ardor quemante que incendiaba las razones; la vida entera,

…la muerte inesperada, tu ausencia. Irreverente fuga que golpeó mis entrañas,

hasta hacerlas gritar en noches de rencor y de silencio; de odio al amor y a tu partida.

 

Ya nada queda; solo el tiempo que se repite inexorable, monótonamente. Igual,

día tras día; en noches como éstas de desamparos y destierros de tu mirada tierna,

tus juegos inocentes, tu risa entrecortada por suspiros de pasión y de locura.

 

Solo los recuerdos; los amigos, y esas copas de un champán caliente y sin burbujas,

que esperan, en la quietud quien las abrace, como yo, del otro lado de la mesa.

Qué triste que está la casa; que silencio invade todo, y me despierta en la mañana.

Que helada que está la alcoba, ¿serán acaso los fríos de este invierno repentino?

 

O la negra noche pronta que se cierne sobre el día; o, tal vez se acaba el amanecer,

y vaya siendo ya hora de irme; aunque no estés aquí para contarte mis cuitas,

aventuras de momentos que llenaron, por instantes, el triste final del día.

 

Me dejaste en los labios… amargo sabor de almendras; el dulce paladar de mieles.

En mis ojos, atrapadas, tus sonrisas y tus muecas, caras de niña traviesa;

en mi almohada, tus largos cabellos canos entremezclando los míos,

los de tu pubis, tu aroma; el cepillito de dientes y algún pendiente perdido.

Todo eso que tu fuiste entre noches tumultuosas y largos tiempos sin ira,

Mensajes mil veces dichos, aunque palabras distintas, entremezclados suspiros,

para largas despedidas que tus tiempos me pedían; que tus miedos proponían.

 

Así la vida ha pasado; y solo los recuerdos quedan llenando las soledades,

acompañando rutinas; escuchando en los silencios voces de la letanía.

No son tristes estos versos, solo cuentan las vivencias de tantos otros días,

que ni fueron tan felices, ni a ellos volver, podría pensarse, querría.

 

Pero sin ellos este poema no hubiese nacido, ni ante él, otros labios temblarían;

ni ojos humedecidos, ni sonrisas arrancadas a la nostalgia, dulce melancolía

que ayuda a soportar las mieses de esta existencia, seca, artificial y vacía. 

 

*Por Carlos Nieto, director Centro OGA