Atropellado como era Rubén se llevaba por delante las cosas, según él,ellas eran las que se ponían a su paso.
Magda, su esposa, trataba de hacerle entender que no eran las cosas que lo atropellaron sino a la inversa.
Rubén porqué serás tan cabeza dura lo regañaba Magda. ¿Cómo podés pensar que los objetos de la casa tengan vida y el deseo de hacerte daño?.
Rubén no entraba en razones.
Y un poco de cordura tenían sus cavilaciones.
Porque él dejaba colgando su abrigo en el perchero y al ir a buscarlo estaba en el respaldo de una silla. También le pasaba con su valija de trabajo, la que quedaba apoyada en la mesita ratona del living y aparecía en la mesa de la cocina.
Magda estaba convencida que Rubén no recordaba dónde dejaba sus cosas y era eso y no un fenómeno paranormal lo que sucedía en su hogar.
Rubén repetía para justificar su argumentación:
Magda, Magdita querida, creer o reventar. Las cosas de esta casa conspiran contra mi integridad física .
Magda estaba realmente preocupada, los acontecimientos transcurrían sin que ella lo notará, pero era evidente que algo sucedía porque Rubén tenía distintos golpes en su cuerpo, según él, eran producto de que los objetos se ensañaron con él. Por ejemplo, le contó a la esposa: “ayer la lustrospiradora se encendió sola y trató de chuparme como si fuera una basura. Y anteayer prendí la licuadora y al introducir las bananas apretó mi mano con intención de licuarla”, y mostró su mano lastimada .
Magda quería verificar la veracidad de lo narrado por Rubén antes de obligarlo a consultar con un psiquiatra. Esa mañana faltó a su trabajo y bien escondida dentro del placard esperó que sucediera algo extraordinario como lo que contaba su marido.
Rubén se levantó y fue aún en pijama a la cocina a prepararse el desayuno, prendió la tostadora y con cuidado la cafetera, Magda salió con sigilo de su escondite y sin poder impedirlo vio cómo su esposo desaparecía tragado por el pico de la cafetera que exhalaba un vapor con el aroma del perfume usado por él.
La cocina se invadió con su olor, pero Rubén ya no estaba allí.
Magda corrió a abrir la tapa de la cafetera, miró dentro, sólo vio hervir el agua. En ese momento sonó el timbre de la puerta, Magda preguntó quién era y escuchó despavorida: “Soy Rubén, olvidé al salir las llaves en casa”.