EL SUBTE DEL TIEMPO

Debajo del obelisco, precisamente en la estación Carlos Pellegrini de la línea B pasa el primer martes de cada mes un subte negro a las 00.10hs.

Sólo se sabe de él por rumores. Dicen que no tiene maquinista, y que se desvanece cuando avanza unos metros.

No recuerdo cómo fue que una vez charlando con Jorge, el mozo que me atiende hace años en el Café Lavalle, salió el tema y me dijo “el morocho viaja en el tiempo”.

Siempre me dio curiosidad cómo debía verse o cómo sería por dentro. Me lo imaginaba con inmensas computadoras, de muchos colores, quizá algunos de ellos aún desconocidos.

El lunes 2 de octubre me metí en la boca del subte a las 23.32hs, dos minutos más tarde estaba pasando el último vagón por esa estación. Cómo sabía que no estaba programado que pase ningún otro descendí a la fosa por donde están los rieles para que nadie me vea cuando vayan a cerrar las puertas. Soporté el hedor nauseabundo y el ruido de las ratas hasta escuchar a la última empleada dejar su puesto de trabajo.

Subí al andén pero de igual manera traté de ocultarme detrás del kiosquito cerrado de diarios y revistas por las dudas que quede algún sereno en la estación. Pero el lugar estaba desierto. Se hicieron las 00.10 hs y ni rastros del subte negro, como la puntualidad no es nuestro fuerte quiza el subte del tiempo también venía con retraso. 

Eran las 00.30hs y el largo día comenzaba a pasarme factura, pero no me quería ir. Primero porque ya estaba allí y segundo porque las puertas estaban cerradas. Cuando creí que todo era una pérdida de tiempo, que iba a tener que quedarme toda la noche despierto y escondido hasta las 04.30 cuando comienza a funcionar la línea B y simular ser uno de los miles que lo usan para ir a trabajar de madrugada, vi la luz de unos faros amarillos que rebotaban contra la pared de en frente.

Parecía una bala gigante, un sólo vagón completamente oscuro, las puertas no tenían vidrios que permitieran ver el interior. Cuando se abrieron abandoné mi escondite detrás del kiosco y me escabullí rápidamente en el subte. Por dentro no era nada de lo tecnológico que me imaginé, más bien sus bancos de madera se parecían a los viejos vagones del Subte A. Acto seguido sus puertas se cerraron y no supe a dónde nos dirigimos. 

No sabría definir los minutos que tardó el viaje, ni siquiera si fueron horas. El motor se detuvo y comenzaron a abrirse sus metálicas puertas. Estaba en Argentina, el cuadro de San Martín estaba colgado en la pared y parecía una fiesta por el ruido que había del otro lado de la puerta. Camine en dirección al bullicio y me encontré con un salón en el que un hombre de traje estaba en un estrado dando un discurso. Tenía en sus manos dos papeles, uno más verde que el otro.¡Estaba en 1991! Viajé al pasado cuando Cavallo anunció que desde el 1° de enero del siguiente año un peso sería igual a un dólar. Esa no fue la primera vez que se impuso la convertibilidad en el país, de hecho se cumplían exactamente 100 años desde que un Presidente impuso el mismo régimen en dónde un peso papel significaba su peso en oro. Sabía que en homenaje de este hombre, su cara figuró en el billete de 1 peso convertible que sostuvo Cavallo en el 91´ pero no recordé quien era.

Me llamó la atención que a mi derecha unos pibes escribían en sus celulares, comencé a acercarme al estrado y la cara del ministro se volvió difusa, llegue a escuchar una conversación entre dos personas que estaban cerca mío y hablaban de Messi.

No estaba en el pasado. Estaba en el futuro, ¿Otra vez la convertibilidad?

Un grito lejano que no entendí me retumbaba en los oídos y una luz me encandiló, acto seguido vi un guarda del subte apuntándome con su linterna y lo que no entendía era su pregunta: “¿Qué hace acá tirado en la estación?”

Balbuceé, y el guarda no pensó que me había colado sino que fue un descuido de ellos que cerraran todo con alguien que se había quedado dormido en el subte así que casi me pidió disculpas.

Subiendo las escaleras, ya podía ver el obelisco levantarse sobre la 9 de Julio y recordé quien era el hombre que figuraba en el billete de 1 peso convertible en los 90´, quien fuera Presidente en 1891. Carlos Pellegrini, precisamente el nombre de esa estación. ¿Fue un sueño? ¿Una premonición? Si en el futuro sólo hay ese pasado entonces fue una pesadilla.