EL FUEGO QUE NO CESA

En la Redacción del Diario era un secreto a voces lo fóbico que estaba «Superman», mucho

antes que en la charla el jefe, Rubén Lateri, para nosotros «el viejo» nos lo confirmara.

En el laburo todos tenemos un apodo,especialmente los que hace años trabajamos juntos.

Superman, Rolando Gómez, hacía veinticinco años que trabajaba en el diario. Llo que se dice un súper periodista, avezado, de pluma impecable, y casi el único que si era necesario

trabajaba de más para que la edición saliera a tiempo y con noticias frescas de última hora.

Gómez era un tipo aparentemente frío, prefería cubrir las notas más truculentas,esas que

Luisito «el flojo» Ferreira nunca ha aceptado porque se le revuelve el estómago.

Igual «el viejo» no se las da porque dice que después «el flojo» falta dos días por la

descompostura, como aquella vez que lo mandó a cubrir una nota porque eran demasiadas

para Gómez.

Yo soy «media tinta», tratándose de un diario, el apodo me va como anillo al dedo y porque

nunca trabajo más de la cuenta y menos lo haría ahora que sin Gómez y con los pibes

nuevos, han dejado de pagar las horas extras.

Me llamo Pedro Miranda y desde que Superman «voló», sus notas las cubro yo.

Gómez se presentó un día ante Lateri con un certificado médico, dónde su psiquiatra

solicitaba que no le encomendara notas que pudieran alterarlo. Nosotros hacía algunos

meses que lo notabamos distinto, ya no compartía las cenas de los jueves, y había dejado

de hacer sus chistes generalmente de humor negro.

El jefe nos reunió la mañana que Superman había ido a su terapia, y con parsimonia, por

las dudas, para que ningún pillo de los jóvenes periodistas recientemente ingresados se les

ocurra la tramoya de una enfermedad, aclaró varias veces que tratándose de Rolando, que

hacía veinticinco años que se ocupaba de las peores notas y era incondicional para el

diario, se contemplaría lo solicitado por el profesional médico que lo atendía, por poco

tiempo, hasta que se restableciera. Era una excepción muy bien justificada .

Fue raro que dijera Rolando y no Gómez, porque Lateri llamaba a todos sus empleados por

el apellido. Sentí que le tenía afecto a Superman. Y al fotógrafo Tito Alvarez, al que él

mismo bautizó «Mandrake» porque era un mago sacando fotografías imposibles,las mejores.

Esa reunión el jefe la cerró diciendo: «Además que, ¿hay que ser buen compañero no?»

Justo él hablando de solidaridad, que nos explotaba bastante.

Todos quedamos pasmados, por lo de Superman, yo más que los otros, sino no me explico

cómo sin pensarlo, puro impulso, me oí decirle a Lateri: «yo cubro las notas de Gómez».

Al mediodía, cuando llegó Superman, Mariela López, «Susanita» para nosotros, porque se

había divorciado dos veces pero seguía creyendo en el matrimonio y buscaba candidato

para reincidir, fue la primera que se acercó a decirle que contara con ella para lo que

necesitara, vaya a saber que le estaba ofreciendo.

Hacía rato desde que se separó que le había echado el ojo a Gómez, Superman era un

solterón bastante codiciado, siempre de buen talante, chispeante, divertido, pero desde aquella nota que impactó en su psiquismo era otro.

Fue ese hecho trágico el que despertó su sensibilidad, esa que dudábamos que tuviera.

Esa misma tarde en la oficina, Superman se sinceró, en rueda a su alrededor todos

escuchamos en silencio lo que quiso o necesitó contarnos. Parece que se lo sugirió el

psicoanalista como descarga.

Gómez nos explicó desde cuándo había perdido el sueño, pasando noches enteras en vela,

con una sola imagen en su cabeza, imborrable.

No cocinaba más en su casa por no prender un fósforo ni ver el fuego en las hornallas, y se

duchaba con agua fría por no encender el calefón.

Lo contó con muchos detalles como para que lo entendiéramos o porque estaba exaltado, y

no podía parar de hablar.

Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando comenzó a revivir aquel horror:

«Llegamos a un pueblo árido, seco, de pastos amarillos pero con un cielo diáfano,celeste

claro, sin nubes lo que confirmaba la sequía de días y meses, eso justificaba la imagen de

los pastizales amarillentos que fue lo primero que ví desde la ventanilla del tren, mientras

preparaba el grabador. «Mandrake» se disponía a tomar las fotos del lugar mientras me

dijo: «che ,acá me parece que no pasa una mierda».

Gómez respiro profundo, hizo una pausa larga y como para si, le escuchamos -«Ojalá no

hubiera pasado nada». Y continuó: «Bajamos del tren, ni hotel habíamos reservado, porque era una nota de pocas horas, algunos reportajes, las fotos y volvíamos en el día. Mandrake tenía esa noche el cumpleaños del hijo más chico. ¡La puta madre!”.

Buscamos un bar, en la puerta había una pizarra ofreciendo café con leche y dos

medialunas. Tomamos el tren muy temprano para tener la primicia y no habíamos

desayunado, así que entramos, nos acomodamos en la mesa que estaba cerca de la única

ventana y pedimos la promoción.

Al rato salgo a fumar un pucho porque en el local estaba prohibido, observo en el horizonte

que una humareda espesa se elevaba pasando los montecitos que separaba este pueblo

del que estaba incendiándose hace días.

Villa Palmeiras estaba desapareciendo bajo el fuego porque los bomberos, muy pocos, a

pesar de sus denodados esfuerzos no podían controlarlo.

Entro al bar y le digo a Tito: “El jefe tenía razón, vamos a ser los primeros en tener la noticia”, y Mandrake me respondió: “A eso vinimos , el zorro sabe por zorro pero más sabe por viejo».

Ahí Gómez detuvo su relato y lloró desconsolado.

Al rato logró componerse un poco y continuó: Mandrake saltó de su silla como impulsado

por un resorte y salió a la calle, lo seguí un tramo, pero el aire estaba tan enrarecido que el

fuerte y penetrante olor me dificultaba respirar. Volví al bar y pedí una botella de agua ,en

ese momento entraron conmigo unas cuantas personas que le decían al puestero que

avisara a su familia y abandonara todo, no había tiempo para empacar cosas, era cuestión

de vida o muerte, había que huir o serían cenizas.

Creo que por oficio quise preguntarles: ¿Cómo empezó el fuego?, ¿Creen que fue

intencional?, ¿El intendente se está ocupando de la situación? ¿Cómo se sienten?. Los tipos me miraron mal y salieron con lo puesto a las corridas, uno de ellos llegó a decirme con indignación : «pelotudo, ¿no te das cuenta lo que está pasando?

El fuego había devorado casas y campos, en pocos minutos el pueblo tranquilo fue un caos

de gente escapando, un verdadero infierno ante mis ojos. Corrí yo también buscando a Tito.

Lo ví en medio del incendio con su cámara en el hombro y de golpe la ví caer y oí su grito

desgarrador, sus piernas habían desaparecido entre esas lenguas rojas, anaranjadas, cada

vez más altas que iban alimentándose de su cuerpo. Alguien me sacó de ahí, me subió a un

camión casi asfixiado, esa pesadilla me persigue desde aquel día.

Con desesperación Gómez había contado estas últimas escenas y ahora lloraba sin poder

parar. Entró en crisis. Le dimos algo de tomar pero fue inútil. El viejo Lateri llamó una

ambulancia, lo único que le escuchamos decir a «Superman» cuando ya estaba siendo

trasladado en la camilla fue: «Ese fuego que trago a Mandrake me trago a mí también».