Vivir hasta despedirse*

No manifiestes toda la sinceridad de la que eres capaz.

No digas todo lo que piensas

No creas todo lo que veas

ni compartas todo lo que sabes,

porque quien expone toda su franqueza

quien dice todo lo que piensa,

y habla sin tapujos de todas sus dudas y verdades,

hiere a quien no quiere saber lo que desconoce,

se ofende y desconfía de quien es más grande y más pequeño que él,

y huye espantado y con ira, como de su propia sombra cegado por la envidia y el orgullo.

 

Tampoco profeses en exceso el amor propio,

puede convertirse en soberbia, y ésta es un tóxico imperceptible

que va socavando tu humildad hasta convertirte en estatua de sal,

pedante y desconfiado, incapaz de mostrar tu humanidad imperfecta.

 

No aceptes la adulación ni exaltes el conocimiento,

pueden ser bombones envenenados en boca de hipócritas,

de falsos profetas, encantadores de serpientes; emponzoñados y

punzantes aguijones que, cual escorpión, terminarán destruyéndote,

y también a ese otro que eres tú mismo aunque con otra piel.

 

Acepta el error de los demás como si fuesen tuyos,

la diferencia sólo puede ser cuestión de tiempo y oportunidad.

Solo así podrás vivir sin suspicacias y con seguridad plena.

Por ello: 

sé prudente en tu espontaneidad;

puede ser que en tu llaneza no resida tu coraje.

Reserva tus opiniones a quien te las pida

tus enseñanzas a quienes estén preparados a recibirlas

y tus visiones para quienes las compartan. 

Aleja de ti al mesías que esconde al arrogante.

 

No escuches a todos, los tontos no hablan por sí mismos,

apenas si son propaladores de mediocres relatos ajenos.

Ni quieras demostrar tus virtudes, muchas de ellas no se ven,

y mucho menos los ciegos de corazón y sordos del alma.

Hay quienes viven del ruido atronador y de las luces de escena

porque necesitan ensordecer la voz de su interior

y mirarse en el espejo de su soberbia y egocentrísmo,

y pueden arrastrarte a las profundidades de su infierno,

al vertiginoso remolino de sus ideas, al caos de su espíritu.

 

Protégete, mientras sigas íntegro podrás ayudarlos.

Entonces así, conservarás a tus amigos,

te respetaran tus adversarios,

vivirás una vida plácida y feliz

o morirás con honor en manos de tus enemigos.

 

Sea como sea, habrás desarrollado el objetivo

por el que viniste a este mundo, fiel a tu creencia,

que nadie podrá discutirla ni ponerla en duda.  

Cualquiera de estos logros los vivirás como galardones,

a tu ética y coherencia;

a la fidelidad a tus principios,

pero, sobre todo, a la obra que tu amor

forjó en el corazón de los seres buenos y piadosos.

 

El reconocimiento, si te hiciese falta,

forjará sus cimientos en el recuerdo que dejes,

y el ejemplo que tus enseñanzas hayan sembrado.

Y tal vez no las veas, pero sin dudas estarán presentes,

en quienes te continúen y hagan de este mundo

un lugar maravilloso y digno en el que vivir. 

 

Esa vida, que te acompañó en el largo camino de tu existencia,

se despedirá de ti con la alegría de quien agradece a un amigo,

la complicidad y la hermandad por una historia útil, limpia, y prolífica.

Y tú partida será dulce. No te espantará la muerte

 a quien recibirás como la eterna amante 

que siempre estuvo esperándote; y en tu unión con ella

concluirá tu creación en este mundo.

 

Podría ser el mejor premio y no el peor castigo,

en su momento lo sabrás, aunque no puedas compartirlo.

 

Tu final será la culminación y no el término de tu existencia.

Partirás en un adiós que será el regreso a tu esencia;

Y no habrá temor en él porque, aún desconocido,

te recibirá como una madre al hijo que emprendió un largo camino,

y regresa dichoso a relatar todas sus aventuras, compartir lo cosechado.

Para volver a la tierra y ser con ella, la simiente del ciclo,

que se inicia y termina cada vez, en el eterno devenir de lo absoluto,

la rueda sin fin del movimiento que habita el silencio y la quietud,

el TAO, principio y fin de todas las cosas.

 

 *Carlos Nieto

Oga Cultura y Transformación