Un soñado Plan de Estudio*

Todavía recuerdo el día que tuve la ocurrencia.

Ocurrencia dice la RAE que es un pensamiento repentino, o la idea original y súbita de hacer algo.

Cito a la Real Academia porque para muchos es la cumbre del saber en lo que a significados se refiere, aunque todos sabemos los años que tardan esos eruditos en aceptar el ingreso a su distinguido diccionario de las palabras que usan los hablantes. 

Si doy estás explicaciones no es para darme lustre, sino para que comprendan que mi ocurrencia tenía que ver con el uso del idioma y algo más…

Creo que primero la idea me sobrevino durmiendo, desperté sofocada y estoy casi segura que fueron aquellas palabras que hoy reconozco como mágicas, las que me despertaron despabilada.

Soñé que estaba en un peñasco a punto de caer al precipicio, sueño según los analistas bastante común y recurrente como catarsis a situaciones que tememos. 

Me hallaba inmóvil, mis piernas no me respondieron para salir corriendo, me sentí atrapada.

Lo cierto es que de esa caída me salvaron las palabras, pero debo aclarar no cualquier palabra.

Las palabras AMOR,  AMISTAD , ARMONÍA, LUZ ,PAZ, ESPERANZA, FE, me envolvieron y haciendo una espiral alrededor de mi cuerpo, me alzaron y volando me regresaron a mi habitación, a mí cama y desperté acunada por ellas.

Dicen que la idea repentina es un insight.

Esta iluminación me sobrevino cuando llevaba años enseñando lo mismo en la misma escuela .

La que me vio dar mis primeras lecciones de Castellano, que repetí una y otra vez sin creatividad. La misma institución en que seguramente me jubilaría.

En síntesis llevaba una existencia gris que pasaba sin pena ni gloria.

Pero sucedió lo inesperado.

Sucedió el sueño.

Mi salvación por las palabras.

Y la ocurrencia.

Pasaron unos días hasta que aquellas palabras se impusieron de tal manera que presenté mi renuncia en la escuela.

Me creyeron loca. Y un poco lo estaba o lo estoy.

Es una idea descabellada dijo mi tía Elenita, docente jubilada, para quien era un sacrilegio mi renuncia a la escuela en la que ella misma había dado sus mejores días de enseñanza.

¿Por qué se dirá descabellada a una loca idea, si las ideas las produce el cerebro y no la cabellera? La RAE no ha de tener respuesta.

Mis colegas estaban intrigadas y se preguntaban las razones de mi renuncia.

Se tejieron todo tipo de elucubraciones: que el profe de Historia me había acosado, ahí me enteré que el tipo era bastante desubicado.

Que había ganado un premio y me iba de viaje. Que me casaba con ese novio eterno que tenía, y finalmente como ninguna de esas versiones se confirmaban, concluyeron con la tía Elenita que yo estaba loca.

Estoy dando más vueltas que una calesita, y aún no les expliqué cuál fue la ocurrencia.

Al día siguiente de mi renuncia me levanté tarde. Desde temprano estuve despierta porque la realidad contradice al dicho y el hábito hace al monje. Sin que sonara el despertador a las siete cómo todas las mañanas laborables, ya mis ojos eran ventanas de par en par abiertas. Metáfora trillada si las hay.

*Por Susana Martino.