Último Viaje* (A la vida que viví)

Siento el alma estallar dentro del cuerpo.
La vida, pedir a gritos romper estas amarras,
¿las de la razón, lo conocido, del juicio y lo esperable?

Cuándo, sino ahora, decidirse a volar otro presente,
el inconmensurable abismo del misterio,
las insondables fronteras del delirio y la locura
por las extensas llanuras y bosques del placer y del deleite,
allí, donde se encuentren, y aunque no sean reales,
antes que la nada, lo ocupe todo y se transforme en inerte muerte.

¿Qué habrá dolor en la partida, de este mundo de apariencia y fantasía?
Seguramente.
¿Qué serán angustiosas las andanzas y aventuras por caminos inciertos?,
oscuros senderos de tinieblas, y a tientas la marcha sin bitácora?
Estremece esta duda.

Las zozobras y naufragios serán los compañeros de un viaje sin retorno;
porque, el puerto de partida será la despedida, la partida
a una vida vivida…, digamos, con la poca consciencia con que
viven los que sin darse cuenta permanecen en ella sin honrarla
y desesperan y lloran la salida, cuando poco hicieron por vivirla
más que quejarse, postergarla en post de un devenir que nunca llega.

Siento el interior arder, devastado por preguntas sin respuesta;
El corazón latiéndome en la boca y el espíritu temblar inquieto
en el desasosiego de una realidad que, hace mucho ya dejé de comprender;
que escapó de las manos, de la razón y el intelecto. Cuando nada me sirve
para entender el sinsentido existencial que se quema cada día
en la hoguera de vanidades muertas y decepciones lascivas;
de arrepentimientos y llantos derramados con los ojos del miedo.

Está al partir la nave en el último viaje de esta biografía.
Tripulante sin valijas, sin nada que llevar a otra vida, que no existe, (¿será cierto?)
En lo queda del tiempo verdadero, preparar la despedida es lo que vale,
aunque ésta sea tan larga como todo lo vivido, en intensidad no en tiempo.
O tal vez lo que concierne a este momento, siendo que el pasado ya se ha ido,
que pronto lo seré yo de igual manera, solo el recuerdo…en otros, de todo lo vivido.

Que no habrá más presente a compartir, solo memoria en los que quedan;
ni sueños por cumplir, y un futuro inexistente del que nadie ya hablará,
porque habré muerto, y de ello, los que parten, solo quedan los fantasmas,
la evocación, y esa dulce melancolía de lo que pudo haber sido y se perdió
o se ganó en lo hecho, pero no fue y es la eterna deuda que nos queda.

Afearán entonces, para mí, las cosas bellas, se agrietarán las tersas porcelanas;
Marchitarán flores y se repetirán, inexorables, ciclos de pimpollos, lluvias y sequías.
Los rostros amados de juventudes eternas de los que se fueron antes, sin quererlo
y quedan congelados en la hermosa pintura del retrato sempiterno;
los colores brillantes y las azucenas, las tardes de sol y los cuerpos deseantes.
La luz radiante de amaneceres cálidos y las sombras vespertinas, todo desaparecerá.

En este lado nada tendrá luz; la tenebrosa negritud de las cavernas,
de los abismos del mar, y del universo sin el sol que lo ilumine ni caliente,
Como la noche eterna de las negras pesadillas que serán …
de las que no podré ya hablar, y que nadie escuchará, aunque las grite.

Tal vez nada más que eso sea la muerte: la eterna permanencia intemporal
de lo ya inmóvil; el tiempo detenido.
Ese mismo contra el que luchamos, sufrimos, y tememos
y al que seguramente extrañaremos cuando ya no exista; a pesar de saberlo desde siempre
y nunca haberlo comprendido en la total cabalidad de nuestro ego.

¿Qué son tristes estos versos escritos desde aquí, cuando aún nada ha sucedido?,
o tal vez evoquen recuerdos de un pasado que elude la memoria
encandilados, como estamos, por las luces que, en escena, nos hicieron
actores de obra ajena. Esa que vivimos con permiso, con la gracia de dioses inventados,
en la falsa creencia de ser nuestra, cuando solo la vivimos de prestado.
Recuerdos de una vida que no fue; para la que fuimos marionetas de mercado,
perdiendo la inocencia o, tal vez, vendiéndola, como Fausto, para vivir la eternidad
de un deseo tras el que se ocultó aquel pequeño niño nonato.

Carlos Nieto*