LA OTRA HISTORIA*

Hay poca gente en el velorio de Juan, él no era muy bueno, a decir verdad era violento, agresivo, sobre todo con Inés, su esposa.

El hedor a muerte y flores marchitas es penetrante, el ambiente se torna irrespirable, especialmente cuando escucho lo que Inés está hablando con los pocos amigos presentes. 

Ellos le preguntan cómo murió, se lo veía tan sano dicen, era un hombre fuerte.

Inés está toda vestida de negro, actúa como una viuda dolorida por la pérdida.

Ella les cuenta que Juan un día no quiso manejar más el automóvil, otro día dejó de comer y finalmente no subió más a su habitación, durmiendo cuando podía pegar un ojo en el sillón del comedor.

Esa es la historia que cuenta Inés. Pero yo les voy a contar otra historia.

Un día yo estaba barriendo la vereda, como todas las tardes de otoño, porque la cuadra está llena de árboles, si no barremos las cloacas se tapan, y en este barrio aunque pagamos alumbrado, barrido y limpieza, no pasa un barrendero hace años.

Ese día Inés me invita a tomar unos mates, ojo, no somos amigas, vecinas de muchos años sí.

Le acepté y entré a su casa con la escoba y la pala incluidas .

Mate va mate viene, ella me dice :» Voy a matar a Juan»

-Ines estás loca, cómo vas a matar a tu marido, hace cuarenta años que están casados.

-Por eso, no lo aguanto más. Lo voy a matar.

-Pero Inés como se te ocurre contármelo a mí, me convertiría en tu cómplice si no se lo digo a Juan.

Inés me dice que no me preocupe porque Juan ya lo sabe.

-Cómo lo sabe?

-Se lo dije yo.

-¿Y él qué dijo?

-Lo conocés, se rió, se burló de mí como siempre.

Me dijo: A ver che, ¿Como me pensás matar vos?

Ines le explicó que aún no lo sabía, podía ser envenenando la comida, o sacándole una pieza del automóvil, golpeándole la cabeza con ese candelabro horroroso que la madre de él les regaló para el casamiento (y hace cuarenta años ocupa a pedido de Juan un lugar central del comedor) o empujándolo para que ruede por la escalera, como lo hizo él con ella hace unos años cuando terminó con tres costillas rotas.

Ya se han ido casi todos, Inés se saca la mantilla, me ofrece un café y cuando estamos a solas me dice: «A vos te parece, este desgraciado nunca me cumplió un deseo, vos viste… se murió solo.»

*Por Susana Martino, Prof. en Cs. de la Educación