Cada quien estornuda como Dios lo ayuda

Manuela para cada situación tenía un refrán.

Había nacido en Andalucía y llegado a la Argentina apenas cumplidos los cinco años. Si fuese por la edad en que dejó su España natal no podría saber los dichos castellanos que decía. Según Freud nadie recuerda su historia anterior a los seis años, lo impide la censura al complejo de Edipo.

Pero Manuela se había criado con su abuela Antonia, la convivencia con ella estuvo llena de frases del refranero popular y ella las había absorbido todas como por ósmosis.

Cada vez que alguien estornudaba ella salía con sus refranes, y según el quién aplicaba los que sabía. Se la oía decir «Cada quien estornuda como Dios lo ayuda».

Paquito, el primo de la abuela, cuando empezaba a estornudar no paraba. Era alérgico desde chico, aunque nunca supo que le disparaba esa secuencia ininterrumpida de atchises irreverentes y escupidores.

Manuela, la refranera, como la bautizó Paco, tenía para él: «Tres estornudos, resfrío seguro».

Paco festejaba la ocurrencia de Manuela entre estornudos.

Visitaba también la casa familiar Pura, la cuñada de la abuela casada con Fernando, el tío abuelo de Manuela.

Fernando había muerto sin pena ni gloria porque Pura nunca lo quiso, eso es lo que dijo la abuela, y por lo que manifestó Pura durante el entierro en el que no derramó una sola lágrima por el difunto. Manuela dió por cierto lo dicho por su abuela.

Desde ese día la abuela recibió a Pura con recelo, y si no dejó de tratarla fue porque quería mucho a sus sobrinos y además pensaba que su hermano desde el cielo le enviaría una maldición gitana.

En vida los hermanos ya habían discutido porque la abuela le decía que él parecía un tonto, siempre estaba atrás de esa arpía de Pura, como perro faldero. Pero ahora era distinto, había muerto Fernando y eso lo volvía un ser indefenso que no podía responder a su hermana. Además, Antonia hacía tiempo que había optado por no decírselo más y había reconocido los celos que siempre tuvo por todas las novias del hermano menor, a quien crió como un hijo por los años que tenían de diferencia, siendo ella la mayor de diez hermanos.

El tema es que Pura siguió viniendo a almorzar todos los domingos a casa de la abuela Antonia como lo hacía en vida de Fernando.

Pura, era de estornudos cortos como cortos eran sus sentimientos, eso se lo había escuchado decir Manuela a su abuela.

Entonces ella le había reservado el dicho: «Cuando el tiempo muda la bestia estornuda”. La abuela gozaba cuando Manuela pronunciaba la palabra bestia para referirse a la cuñada. Pero realmente verla estornudar de la forma que lo hacía era bestial.

Eso de estornudar en público se transformó en un problema nuevo para Pura. Tan delicada ella, tan fina haciendo honor a su nombre. Solo se le habían escuchado pocos estornudos en los años de casada. La viudez despertó sus estornudos y como si fuera una poseída cada dos o tres palabras no podía concluir la frase porque un estornudo le sobrevenía  cargado de comida depositada aún en su tubo digestivo. Sus estornudos además de ruidosos tenían un pésimo olor.

Finalmente toda la familia terminó por complacerla y fueron los estornudos los que la volvieron querible después de años de odiarla.

Pura sufría como sufre un tartamudo que no puede completar la oración sin repetir palabras, ella no podía hilvanar oralmente un pensamiento completo sin que aflorara esa picazón que concluía en un estornudo tras otro estornudo.

Con el tiempo empeoró, ya no eran tres palabras un estornudo, sino tres estornudos una palabra.

Nadie se gastaba en escucharla porque era incomprensible lo que decía entre estornudo y estornudo.

Y todo hubiera seguido muy bien si no fuera porque este domingo, concluido el almuerzo, Pura anunció que consultará con un especialista.

Lleva meses soportando sus estornudos y casi no come por no escupir comida con cada ¡atchissss!

-¿Cómo vas a consultar por un simple estornudo ? saltó la abuela .

-Y sí Antonia, no puedo seguir así, dijo la pobre Pura más delgada que de costumbre.

-Si dejas de estornudar, dijo la abuela con firmeza (y no sé cómo se animó, o fue un impulso que no pudo sofocar) si dejas de estornudar acá no entras más.

Todos quedaron atónitos.

Después de tantos años la abuela estalló y su frase fue un estornudo vomitivo que no pudo reprimir.

Pura le contestó con una frase completa, -siempre lo supe, vos nunca me tragaste.

No hubo en su respuesta un solo ¡atchissss! Estaba curada.