¿Estamos maduros los seres humanos para experimentar el amor? ¿O, por el contrario, a pesar de nacer con esa capacidad la agotamos prontamente en nuestros primeros años de vida?, y como mucho, solo nos queda el vano intento de insistir una y otra vez procurando repetir esa sensación primaria, que nos conduce a los múltiples fracasos de los que somos víctimas.
Esta duda es el punto de partida que quiero proponerles al tratar un tema tan controvertido como confuso, del que no podemos prescindir, y que nos ocupa en todos los ámbitos.
Si el amor maternal, tal vez el más aproximado, se va transfigurando en múltiples sucedáneos que en tantas ocasiones terminan en divanes de psicoanalistas, consultorios psicológicos, y salas de experimentación de grandes laboratorios de especuladores comerciales e instituciones cómplices, tratando de encontrar respuestas al dolor y el sufrimiento, el amor erótico alcanza, en sus antípodas, la prueba mas acabada de esa inmadurez, en tanto nos llama la atención la excepcionalidad de concreción, cuando alcanza sus objetivos; en las escasísimas ocasiones en que triunfa, cuando no escribe las trágicas historias de leyenda en las historias de Tristán e Isolda, o las dramáticas páginas de los periódicos tintados de sangre por violencias y pasiones erradas.
Pero hay un amor que no se nos escapa de la innumerable lista de amores simbólicos, virtuales, y fundamentalistas (la patria, el equipo de fútbol, los ideales políticos, las investiduras objetales, etcétera) que a alguien (Freud y Ferenczi) se le ocurrió denominarlo “amor de transferencia”, allá por el 1900, para “designar un proceso constitutivo de la cura psicoanalítica, en virtud del cual los deseos*inconscientes del analizante concernientes a objetos exteriores, se repiten, en el marco de la relación analítica, con la persona del analista, colocado en la posición de esos diversos objetos”.
Aunque transferir, desplazar, colocar fuera del sitio original, algo que incomoda o que no logra ser resuelto adecuadamente, sea un mecanismo transitorio para la resolución de un conflicto; en el amor de transferencia ese sentimiento encontrado pretende ser resuelto depositando en un objeto extraño y exigiendo una respuesta acorde con la construcción de ese deseo de satisfacción extemporáneo.
No sabemos cuáles son las expectativas perseguidas en el amor; ¿que se espera de él?, cuánto anhelo ideal está llamado a ser cumplido. Podríamos aventurar que es la satisfacción de ternura, cuidados, atención, y protección que desarrollamos en la consciencia primigenia (¿?) de vulnerabilidad y desamparo experimentados (¿?) en los primeros momentos del paso de la nada a una microscópica forma de vida material; desde el gameto a esa primaria y compleja fusión de células que terminará en el humano que seremos.
Tal vez el TAO tenga mucho más por decirnos que toda la ciencia junta.
Lo que parece más claro es que esa búsqueda raramente da resultados en los múltiples intentos realizados a lo largo de los caminos recorridos por el universo amoroso que recorremos en la vida; plagada de elecciones incorrectas, esperanzas frustradas, y cegueras múltiples, tropezamos una y otra vez en la misma piedra, alejándonos más de aquella figura amorosa que nos inició en este sentimiento.
Senderos llenos de fracasos, dolores, desengaños que suelen terminar, en el mejor de los casos, en una sublimación (término derivado de las bellas artes- sublime-, de la química-sublimar-, y de la psicología-subliminal-) para designar la elevación o el pasaje a otro estado sin relación aparente con la sexualidad, pero con su misma potencia pulsional, invistiendo objetos valorizados socialmente.
Pero, en la mayoría de las situaciones, en una repetición obsesiva por verse completado en esa sensación de no estar adecuadamente acabado, o ser manifiestamente imperfecto.
¿En realidad todo es más simple?… podría ser; no obstante, la historia vivida parece empeñada en demostrarnos lo contrario. Y todos los pensadores que, en sus observaciones, continúan ayudándonos a discernir tamaño galimatías.
Nos queda por discutir si la transferencia del amor es un buen negocio. O si con ello podríamos paliar el dolor ancestral con el que nacemos. Pero esto lo dejamos para una segunda vez, claro, si es de vuestro interés.
Dr. Carlos Nieto
Oga Cultura y Transformación