Meditación o el acto libre y voluntario de transformar, para mejorar, la existencia*

Compromiso, de con-promittere, del latín, nos viene a querer decir de la capacidad y el cumplimiento voluntario y libre, del que disponemos al acordar un acto previamente anticipado por la palabra.

La conciencia plena que nos propone la meditación, nos invita a comprometernos con una mirada de la vida con la que pretendemos transformar la realidad que hemos creado y a la que nos sometemos servilmente, y que nos sume en la desesperanza, el dolor, o, como mínimo, en una existencia incómoda. Traducida en una vida con escaso sentido, estados anímicos displacenteros, y hasta enfermedades que restan calidad a la supervivencia, reduciéndonos a la mera subsistencia en permanencia, en ocasiones, insoportable.

Tal vez sea de los pocos actos libres y voluntarios, por el solo hecho de que: 1.- no goza de la mejor propaganda, dado que se la confunde con prácticas religiosas, sectas esotéricas, o de carecer de razonabilidad y cientificismo; 2.- se atreve con el tiempo, factor que el modelo de vida que llevamos, ha elevado a la categoría de valor incuestionable y dinerable, que debe redituar el resultados tangibles, y es precisamente la quietud, el silencio, y la concentración, quienes no miden en esas utilidades. Y 3.- porque su experiencia nos conduce a priorizar aquello que tanto se desmerece: la contemplación que induce a la calma y el sosiego, y así ordenar el caos que reina en este mundo de prisas, eficacia, y ganancias

Hasta el placer ha sido cooptado por los paradigmas al uso, y convertido en actos de mercado y consumo en los que los dividendos se miden con las mismas tablas con las que las puntúan los beneficios económicos.

Desde los deleites gastronómicos por pocos experimentados dados sus costos, hasta el goce sexual pagado y cobrado de tantas maneras: dinero, cultura, comodidad, miedo, violaciones, ignorancia, hambre y miserias, etcétera, la obtención del placer se ha perdido en un laberinto de aberraciones y perversiones que han terminado en la monotonía y la rutina de prácticas cuasi obligatorias, o a tal punto manipuladas por la costumbre, que ya no representan más que un plus goce que no termina nunca de llenar la ciénaga existencial en la que estamos intentando vivir.

No es fácil deconstruir los paradigmas vigentes en la sociedad que hemos creado. Porque han desplazado la esencia de lo que nos ha constituido humanos, y hemos entrado imperceptiblemente en una etapa regresiva que, a muchos pensadores les empieza a hacer hablar de la segunda edad media de la humanidad. La palabra comunicacional ha sido devaluada y transformada en arma arrojadiza contra el diferente, qué, asimismo se convierte en enemigo a destruir porque ya no solo nos roba y agrede, sino que pone entredicho el lugar que queremos ocupar; y que tantas veces llenamos respondiendo más a esquemas impropios que a convicciones particulares.

Qué decir de la familia, y los vínculos afectivos, de respeto, y de convivencia hasta hace poco aún vigentes; también han sido atravesados por los intereses y las conveniencias, abandonando lo que por tantos siglos fue el soporte en el que se basaba la garantía de protección ante las adversidades.

Y podríamos recorrer uno a uno los rasgos distintivos, y los compartidos con nuestros compañeros de viaje en esta aventura sobre el planeta, y difícilmente rescatemos alguno que conserve la matriz genuina que nos caracterizó, y su impronta en esta hazaña de la vida.

Pero nos ocupó, en esta ocasión, el compromiso; la palabra dada. La responsabilidad elegida (que no la adquirida por la necesidad o la obligación). Y decíamos al principio que la capacidad vinculada a la consciencia de sabernos unidos a un otro, aunque solo sea circunstancial y transitoriamente, pero conectados de tal manera que afectemos nuestra realidad común, se pone de manifiesto en el compromiso, y adopta la responsabilidad compartida.

Ese cumplimiento no es para con el otro; es un sentimiento personal que no admite disculpas, o justificaciones, porque no es a ese otro al que se la debemos; el irrespeto es en realidad, una especie de fraude o engaño a la propia verdad que, escondida o dibujada, habita el profundo interior que nos conforma.

Claro que existen los imponderables; esa imprevisibilidad que, presentándose nos puede impedir cumplir con lo acordado, pero ni siquiera de ocurrir, adquiere el carácter de la informalidad qué si tiene la falta, con su peso de defecto e incorrección, y que reclama de la explicación y de la excusa.

Así que meditando también reflexionamos y construimos realidades que completan y componen las cotidianas, aún llenas de dificultades, en este devenir de ilusiones por la existencia que nos merecemos tener.

*Dr. Carlos Nieto Médico psico-somato-terapeuta
Oga Cultura y Transformación