EL VIEJO GUERRERO

Es notable ir comprobando que aquellas cosas que quitaban el sueño; los intereses y preocupaciones que en otros tiempos ocupaban el centro de cuánto se podía anhelar, han sido desplazados hacia una periferia en la que ya ni importan ni motivan el menor deseo.

Claro que el proceso de resignificación, de dimensionamiento real en el que todo parece ir ocupando el lugar que tiene que tener, después de que el torbellino de las pasiones y el delirio de los sueños, nos hayan transportado a sus territorios, es cierto decía, que el sosiego y la calma reacomodan las energías y redistribuyen las fuerzas poniendo en orden el sentido de la existencia que nos queda; que tal vez, sea la única genuina, escondida antaño entre el humo y las luces encandilantes del éxito, del poder y la felicidad .

¿Quiero decir con esto que la derrota o la muerte están próximas? ¿Qué es tiempo de resignación y apatía?. No.

Es, tal vez, la búsqueda de la trascendencia lo que este tiempo marca. Próximos al fin, lo natural es agotar las reservas, quemar las naves en viajes que ya es seguro que no tendrán retorno.

Es entonces cuando las formas, la profundidad, las proyecciones, cobran su importancia real; nada opera para un futuro que sabemos no existe. ¿Cómo encontrar entonces el instrumento que nos conecte con la vida, la macro-bios, que nos devuelva el sentido esencial de la existencia?, y nos proteja de las lucecitas de colores, la purpurina que brilló fugazmente en los años de eso que llamamos juventud?.

Porque mucho de eso es lo que nos pasa. Nos aferramos deslumbrados al pasado deseando repetirlo; a las “cosas buenas” que se nos ocurren eternas, más allá del tiempo fugaz en el que existieron. Porque las malas dolieron mucho, o porque nunca lo fueron tanto, es que luchamos por recuperar lo perdido; y en ese empeño, olvidamos que aún nos queda por ganar lo mejor.

Ya no hay tiempo que perder porque todo lo superfluo se esfuma; porque se ha quemado la hojarasca que anunciaba el calor y que ardía solo para los ojos, pero que no nos calentaba el alma. Ese espíritu que sentimos enfriándose porque ya no arden en él las pasiones en las que quemamos aquellos años.

No son sueños; ni son quimeras. Las utopías se han extraviado en los tumultuosos mares de la realidad y quedamos, como el capitán Ahab, solos ante el gran cachalote blanco que terminará tragándonos para devolvernos al origen.

Ahora nos queda un alma despojada de abalorios y un cuerpo libre de atributos que nos empujaba a competir, para ser los mejores, los más bellos, los más aptos.

Esta carcasa plena de cicatrices ha adquirido la nobleza de su esencia.

Ésta vida plagada de recuerdos, llena hasta los bordes de conocimiento, experiencia, y sabiduría, está preparada para dar la última batalla al peor de todos los enemigos: ese invisible y cruel, según algunos, al que llamamos tiempo.

Hay que prepararse a ello; saber usar las armas que glorifiquen la existencia tal vez sea el mejor premio que recibamos del regalo de haber vivido.

¡Adelante, nos espera la gloria!

 

Dr. Carlos Nieto
Oga Cultura y Transformación