“El saber os hará libres”*

¡Menudo personaje aquel Sócrates, que 500 años antes de otro grande, Jesús el cristo de Nazareth, se atrevió a postular que las peores cadenas de la esclavitud estaban formadas por los eslabones de la ignorancia!

Ellos, los filósofos, los hombres (y mujeres, muchas tal vez, pero invisibles a la lectura histórica de aquel mundo) de conocimiento, eran los libres. Después llegó la imprenta, los libros desparramaron el saber, pero cuando llegó internet lo convirtió en información, apenas erudición de cuarta, y lo rebajó a un mero discernimiento emparentado, a veces y solo a veces, a la razón.

Sin embargo, la libertad, junto al amor, el sexo, y la muerte, siguen ocupándonos, y preocupándonos, como si intuyésemos qué, en nuestra inmadurez de nueve largos meses de evolución, de más de veinte años (en el mas optimista de los casos) de emancipación, y en demasiados ejemplos por todos conocidos, de toda una vida de maduración, son estos temas elementales logros cuasi inalcanzables, excepto la muerte, lo único real.

Nos reivindicamos libres para decidir sin darnos cuenta del engaño que supone elegir sin saber lo que estamos haciendo; elegir, por ejemplo una pareja, acallando las voces internas que nos gritan las razones históricas del error; porque estamos sustituyendo carencias del pasado invistiendo a condescendientes objetos humanos (o no), de nuestros deseos frustrados.

Después, mucho después, nos damos cuenta y a veces enmendamos con una separación dolorosa y siempre traumática, en otras fortalecemos los grilletes de la dependencia en una convivencia tormentosa. Pero en casi todos los casos quedamos atrapados en una nostalgia del amor que lo eleva a la categoría de quimera inalcanzable.

También “elegimos libremente” representantes, portavoces que secuestran nuestra libertad en estúpidas sesiones parlamentarias carentes de todo respeto, ética y “sentido común” (que es como decir interés colectivo y comunitario) que a ellos ni les interesa ni se sienten partícipes de ese status. Y si, nos quejamos, como mucho cambiamos de collar, pero seguimos siendo perro.

Si, “el saber nos hará libres”, pero la información mentirosa, cínica, y malintencionada; la opinología fatua, vacía y egocéntrica. La mediocridad y el analfabetismo de quien des-conoce a sabiendas que es su forma de tomar partido desde la comodidad que da ese servilismo voluntario, esas herramientas de contrasaber, son las que seguirán sosteniendo a las fuerzas oscuras de la servidumbre libre de los esclavos modernos, en los que nos hemos convertido.

Escuchamos hablar de libertad a los tiranos, o a sus adláteres que los admiran y juegan a imitarlos hasta en sus formas, aunque como segunda versión sean ridículos; “La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”, Karl Marx- 18 brumario de Luis Bonaparte.

Elegimos y repetimos relaciones tóxicas.

Votamos y equivocamos nuestra elección.

Los que pueden comen, y engordan, son diabéticos, hipertensos, etcétera; los que no delinquen, se matan por sobredosis o mueren en las jaulas de la libertad, o bajo las balas que cuestan más que sus miserables vidas.

Compramos lo que deseamos previa venta del alma (o del deseo) al diablo de la propaganda que nos manda lo que nos gusta, ¡pero somos libres!

Y así vamos viviendo, con construcciones ficticias de una libertad que no resiste la peor definición del mas malo de los diccionarios.

Y no porque los leamos, o busquemos desarrollar el espíritu crítico que nos acerque a la opinión auténtica, la propia, y alejarnos de esa parodia de libertad de bambalinas de T.V, en las que representamos seres supuestamente inteligentes, medianamente cultos, y espantosamente vulgares.

Tenemos tantas bibliotecas; escribimos tantos libros. Nuestras escuelas y universidades no dejan de producir enseñanzas y saberes, y sin embargo… la ignorancia trasuda una sociedad de necios que dan su vida por fama; por dinero con el que ocultar su incultura.

Por figurar en la estadística de las mayores frivolidades posibles, haciendo del sexo un estúpido juego de conquistas banales; de citas excitantes y encuentros “amorosos” cargados de soledad, miedos, vacío; puentes frágiles entre dos soledades que gritan su dolor.

Y sin embargo nos indignamos; bramamos contra modelos o religiones que la cercenan, condenando en nombre de nuestra libertad, a los pensamientos que osan simplemente cuestionar, no aceptar la mentira en la que hemos construido la nuestra.

De eso se trata, de justificarnos: “nada es perfecto”, ni siquiera nosotros. Pero con esa excusa como estandarte, nos abandonamos a lo menos malo. Toleramos y nos resignamos a una vida de baja intensidad, porque…“es lo que hay”.

Si, es lo que hay, pero debería hacernos reaccionar y rebelarnos hacia la vida plena que sentimos que existe más allá de las costumbres, de las tradiciones; de los mandatos que nos redujeron a no más que aquellas primeras amebas que iniciaron la existencia orgánica en el planeta.

Porque, pasaron ya muchos siglos; hemos caminado infinitos territorios y experimentado múltiples cosas como para reflexionar y decidirnos por reconstruir la única y sagrada destreza que tenemos: VIVIR PARA SER FELICES.

 

Dr. Carlos Nieto

Oga Cultura y Transformación