REMORDIMIENTO*

Llegó en el tren del atardecer, no quiso dejar ni una esquela diciendo que partía.

¿A quién? Se preguntó antes de cerrar la puerta de su elegante departamento de barrio norte, ¿a quién le confiaría que debía partir?

Barajó el nombre de algún familiar, casi no tenía contacto con ninguno, visitas cada vez más esporádicas y charlas banales ,intrascendentes, jamás sospecharían quién era él, nunca lo sospecharon.

¿Amigos? ,pensó mientras descendía en el ascensor rumbo a la calle, no le quedaban después de que se enteraron de aquello. Salvo… pero mejor ni nombrarlo.

Así que sin dejar rastro alguno fué hacia la estación. No pasaba ningún taxi. Miró el reloj y se alarmó al ver la hora, ¿Cómo tardó tanto en cavilaciones inútiles desde que cerró su casa y salió a la calle? Inexplicable.

Llegó a la estación envuelto en un sudor espeso, escuchó el silbato del guardia anunciando la partida y apresuró su paso hacía el tren.

El vagón estaba casi vacío, se ubicó en un asiento al lado de la ventanilla y respiró profundo como quien sabe que necesitará aire para seguir viviendo y le vinieron como tantas veces el recuerdo del encierro y sus ganas de vivir a toda costa. Pensó si solo hubiera sido el encierro, y se obligó a no seguir recordando.

Miró por la ventanilla para distraerse, siempre buscaba distraerse cuando el pecho se le oprimía de recuerdos.

Observó cómo el paisaje conocido iba desapareciendo y sintió que él, él que había sido, desaparecía con el paisaje, mientras el tren avanzaba por las vías rumbo a su destino o a su liberación.

La idea de partir era algo que rondó su cabeza mucho tiempo atrás, cuando ya no pensaba en ello ese encuentro casual ayer en la calle lo decidió.

Llegó a su casa descompuesto, vómito en el baño y acto seguido armó desesperadamente la valija, para pasar a ser un desconocido.

No tuvo tiempo de reservar una habitación y era mejor así.

Entró a un hotelucho barato, no necesitaba más para lo que venía a hacer.

Ya en la habitación un tufo a encierro hizo que instintivamente abriera la ventana. Ese olor le recordó otros olores más fuertes a orines y sangre que lo perseguía desde entonces.

Volvió a respirar asomado a la ventana, su afán de vivir o sobrevivir estaba intacto.

Apoyó la valija en la desvencijada butaca de cuero marrón agrietado por el uso y se dejó caer en la cama. Pensó en su confortable somier, fue lo primero que compró liberado del horror de dormir en el suelo tantos meses.

El cuerpo le pesaba, tenía la impresión de que tarde o temprano debía avisar a alguien de su paradero, debería haberlo hecho ya por su seguridad.

Mañana, mañana se comunicaría con Pedro, ya sabía que prometieron no volver a verse después que lloraron juntos aquella madrugada de la juntada aniversario por los 30 años de egresados del Colegio Nacional promoción ‘ 77.

Pedro le dijo que los compañeros los miraban feo, él no se había dado cuenta, hacía tiempo que él no reparaba en los demás, le dijo te parecerá. Pedro le contó con una tristeza profunda que siempre creía que lo miraban mal, que debe ser el remordimiento, y ahí nomás lloraron abrazados por horas sin decir una palabra más. Y se despidieron con esa promesa, pero mañana lo iba a llamar, pensó ojalá tenga el mismo número de teléfono.

En ese momento necesitó distraerse como siempre cuando los recuerdos le ganaban al deseo de olvido.

Buscó el control remoto para encender el viejo televisor que estaba sobre la cómoda y recordó que el conserje le advirtió que ese aparato debía prenderlo manualmente, no entregaban más controles porque los pasajeros olvidaban devolverlos al irse.

Pensó: «estos poligrillos no quieren gastar en pilas», pero respondió a la explicación del hombre: «está bien, me arreglo» .

Estaba tan cansado del viaje y de ese malestar que le sobrevino por hacer memoria que no intentó levantarse para encenderlo.

Necesitaba dormir, dormir, dormir, pasó noches enteras sin poder hacerlo. Dormir imperiosamente para olvidar lo inolvidable.

Antes de quedarse dormido aún insomne recordó el encuentro del día anterior con el tipo que lo siguió al salir del café frente a su bufete de abogado. Aún escuchaba sus gritos, sus insultos: «hijo de puta vos estás vivo por denunciar a mi hermano que estudiaba con vos y Pedro, a ustedes dos los chuparon, decime hijo de remil putas como caminas por la calle y sos abogado, ¿A quién carajo defendes? Si por vos Juan está bajo tierra, o vaya saber dónde porque es un desaparecido más, decime, decime lo que sabes, que tengo ganas de matarte a vos y al otro cobarde de mierda que salvaron su pellejo a costa de entregar a mi hermano».

Intervino el policía que estaba en la esquina distraído como siempre con su celular, pero los gritos eran tan fuertes que no le quedó otra que intervenir .»Señores quieren que los lleve a la comisaría?»

“Ud a mí no me lleva a ninguna parte, este hijo de puta, debería estar en cana o muerto sería más digno” -dijo el hombre más compuesto-.

El que quedó descompuesto después de ese encuentro fue él.

Y pensando como plan, cambiarse de nombre y vivir en el extranjero para seguir vivo y sin recuerdos se quedó dormido.

 

*Por Susana Martino

Imagen: Muestra «ausencias». En la foto de la izquierda los padres con la bebe y a la derecha, sólo la bebe (ya adulta) quedó con vida.