Soledad y desamparo

– Ensayo sobre la tristeza-

Tomados como sinónimos por algunos, nos interesa, a los efectos de hablar de ese sentimiento elegido, o bien impuesto, marcar algunas diferencias fundamentales; y, tal vez es la que aparece en este comienzo, elección o imposición, la que nos sirva para comenzar este ensayo, subtitulado “Ensayo sobre la tristeza”.

Porque, qué duda nos cabe que son las emociones y los sentimientos manifestaciones de una misma realidad, intrínsecamente vinculadas hasta el punto de no poder ser tomadas separadamente. Esas reacciones neurofisiológicas llamadas emociones; inconscientes, y la autopercepción racional que llamamos sentimientos, no son importantes en cuanto a su existencia, diferenciación y fundamento tanto como la gestión que hacemos de ellas, y las reacciones que provocan.

Valga esta introducción para complejizar más, lo que en sí mismo es ya una cuestión difícil y controvertida de abordar; estos sentimientos de orfandad que se nos presentan varias veces en la vida, sobre todo hacia el final de ella, y que trataremos de desplegar a lo largo de estos pensamientos que les comparto.

Pero decíamos que la soledad, cuando es elegida, no debería denominarse así, para evitar confusiones con ese otro estado impuesto por el aislamiento y la exclusión (muy del momento que estamos viviendo), forzados por la “inutilidad e improductividad” crecientes con los que vamos siendo marginados del modelo,  y a los que somete esta filosofía de vida basada, precisamente, en el éxito, la eficacia y la competencia.

El retiro o estado de sosiego, como concepto a mi entender más apropiado, al que apelamos cuando decidimos tomar distancias de los valores en pugna que caracterizan el modo de vida capitalista, esto es la acumulación, el poder, la ostentación, y todos los sentimientos acompañantes como la importancia de ser más que los otros; dominar y someter para sentirnos más fuertes, y demostrar nuestra valía a expensas de lo que investimos en nuestra apariencia. Ese abandono voluntario también está reflejado en la elección que nos lleva a ser más selectos y exclusivos valorando el tiempo y aquellos con los que compartirlo, sin buscar reconocimientos ni aprobación, se puede traducir en períodos más, o muy prolongados, de permanencia en soledad, en contemplación, silencio y reflexión.

Es mucho el balance, de balanza, equilibrio, (y no necesariamente bajo los paradigmas del rendimiento y la eficacia sino más bien de aciertos y errores) a hacer, pero siempre de aprendizaje, es decir, lo más cercano a la sabiduría. Allí, en ese lugar, no hay espacio para la depresión o el desamparo porque, todo lo habido ha contribuido al viaje y a ese tiempo de recogida que nos deleita, y que decidimos vivir en soledad.

Es cierto también que se puede llegar a ese momento con las viejas herramientas del arqueo positivista y triunfalista, donde solo la fama y el poder ocupan el platillo + de la balanza, contra lo “negativo” (siempre en términos valorativos de gloria y admiración), y en ese caso la frustración y el abatimiento serán terrenos fértiles a la solitud* y el desamparo. No hay para estos casos recetas mágicas ni elixires farmacológicos que resuelvan la situación, en todo caso, como en los adictos, mas de lo mismo que condujo a la vida irreal y a ese final aborrecido.

No hay pócimas ni hechizos para eso, es verdad, pero sí oportunidades que rescaten los antiguos arquetipos que han sido modelos del desarrollo de la humanidad hasta aquí, y sobre ellos intentar reconstruir la realidad oculta tras las escenografías de sentimientos y emociones dictadas por la cultura, que a su vez ha sido diseñada por quienes siempre han dominado el mundo. 

Y el desamparo, que nos acompañó en este pequeño viaje a través de la soledad y la tristeza, nos quiere significar, en su instalación como desatención, abandono, descuido, la envergadura de la dependencia que hemos desarrollado hacia todas esas madres y padres sustitutos; físicos y simbólicos, en los que hemos depositado, nos hemos depositado, esperando sus varitas mágicas de transformación, porque sin haber crecido, alimentamos el sueño de una protección eterna; así, el estado, la cultura normatizando comportamientos, y todos los artificios naturalizados a fuerza de repetición, de pensamiento acrítico, y de comodidad, se fueron instalando hasta estallar en mil pedazos cuando la vida nos retira todos esos soportes fatuos que nos han ido sirviendo de bastones en nuestro andar hacia el final.

Un final que nos aterroriza porque llegamos a él en recuento negativo; no aceptando que el tiempo se nos acaba y la mirada retrospectiva nos llena de angustia por los proyectos inconclusos, los sueños postergados, y las utopías perdidas en post de logros de cartón piedra que no nos podremos llevar allí donde vamos, y cuyo precio pagado fue toda una existencia de sacrificios y pesares.

Ante él, o esa soledad plagada de bullicio e hiperactividades, muchas veces sentimos la incontenible y compulsiva conducta de atiborrarse de más de lo mismo. Las cirugías estéticas, las fiestas escandalosas; las compañías forzadas en función de estereotipos al uso. O las adicciones “normales”, a un otro por costumbre, al dinero o el juego; al divertimento justificado por “vivir el presente y con intensidad enloquecida”, se convierten en lo único que nos queda, sabiendo que su ausencia es una espada de Damocles sobre un tiempo que se nos acaba y ese final terrorífico que nos aguarda, con suerte dentro de un tiempo y una forma a las que nos resistimos a pensar.

Reaprender a vivir es siempre ese recurso al que podemos apelar, sí, en la transición entre lo superfluo y lo perentorio, nos detenemos a pensar, a meditar, a comunicar, para finalmente resignificar y cambiar de rumbo. Porque el tiempo no existe para el alma, o el inconsciente; y los días que nos quedan pueden ser la eternidad que siempre anhelamos, aunque la hayamos buscado en el lugar inadecuado.

No aspiramos a los cinco minutos de gloria de nuestro ego, sino a la inmortalización del ser que nos habita. Ese que es nuestra mente, o el ánima/us ensoñadora que nunca nos abandonó, aunque sí lo hayamos hecho nosotros renunciado a ella cuando “elegimos” el tener por sobre el ser.

Los caminos siempre han estado a nuestro alcance, solo hay que abrir los ojos para verlos.

*Utilizo este término con la intención de remarcar la falta de contacto involuntario

Dr. Carlos Nieto

Oga Cultura y Transformación