En Poderes de la perversión, Julia Kristeva, filósofa, psicoanalista y escritora búlgara, nos introduce en el mundo de las llamadas desviaciones o depravaciones, según la moral imperante y las reglas de normalidad con la que fija ese parámetro.
Y en su recorrido (que no comentaremos aquí dada la densidad de su teoría), nos propone revisar e interpretar los deseos, los ascos, y cuantas reacciones producen las conductas naturalizadas por la cultura como corrientes, o por el contrario aberrantes, es decir aceptadas o rechazadas socialmente. Les dejo su interés que indaguen sobre ello.
Les propongo ahora que me acompañen en otra pequeña aventura por los intrincados senderos del amor; en parte como continuidad de la nota precedente, El amor de transferencia, en el cual habíamos dejado “miguitas” en un camino en el que sabemos que es muy fácil perderse.
Empezaremos por dejar de lado la fácil, edulcorada y romántica visión que tenemos de éste sentimiento (desde mi punto de vista por necesidad y por el vacío existente de mejores alternativas), y nos sumerjamos, como punto de referencia en las vicisitudes que todos hemos experimentado en cuanto a esos acontecimientos; sobre todo en la peor de las caras que nos presenta un afecto tan necesario como perturbador.
Así que, dados ya los primeros pasos, avancemos por el primero de sus fieles acompañantes: los celos. Inseguridad, falta de confianza, posesividad exagerada, envidia, señal de alarma ante la pérdida, amenaza, y así hasta el infinito; pero en ninguna de ellas se remarca la contradicción principal de sostienen los celos con su fuente de origen, el amor, del que se dice que aspira al máximo bienestar del partenaire. Los celos pueden llegar a la máxima destructividad del otro, y la propia, cuando no se obtienen las respuestas (que no los beneficios) que se persiguen.
Con ser irracionales, como se los suele definir, alcanzar su mayor grado de crueldad dejando secuelas y efectos colaterales en un sinnúmero de personas indirectamente vinculadas, como los hijos en primer lugar; los amigos y parientes, y toda la historia y bienes relacionados. Pero…. “es por amor”, según se dice y justifica; aunque sea éste, tal y como enunciamos, motor de grandes creaciones, hasta de la vida misma.
La monogamia ha instalado al amor en indisoluble relación con el sexo. De tal modo que lealtad, fidelidad, honestidad, confianza, han quedado pegadas al exclusivismo genital; la posesión y uso del cuerpo del otro ha alcanzado niveles de naturalización que las propias leyes sostienen punitivizando su trasgresión, hasta ser defendidas, silenciadas o justificadas por lo más progresista del pensamiento. Solo el feminismo, tal vez, se ha atrevido a cuestionar su legitimidad.
Las traiciones o falsedades cometidas en la profunda intimidad del pensamiento; en los entresijos ocultos de la imaginación, o en las fantasías inconfesables del discurrir erótico, toda esta vida secreta en la que no tiene entrada en ese compromiso, que cada vez más, se va convirtiendo en la mentira aceptada por conveniencia, por costumbre, o en mejor de los casos por un cariño tan tolerante como hipócrita.
Pluriamor o amor libre; pareja abierta, swingers, amigos con derecho a roce, y los cientos de maneras de intentar encajar este sentimiento buscando rescatarlo del baúl de costumbres enmohecidas, donde agoniza entre estertores de aburrimiento y muerte, son las variables ambiguas de alternativas inventadas para la ocasión.
…………….. ( Espacio en blanco para ser completado por cualquiera de ustedes que quieran aportar su propias experiencias; su comprensión o disgusto por un estado de cosas que ha entrado en un túnel sin luz ni final predecible)…………………………
“Eppur si muove” (sin embargo se mueve), diríamos con Galileo Galilei, por cuanto lo invocamos, perseguimos; añoramos cuando está ausente, y hasta lo blandimos como consigna ante el odio o como el sentido último por el que vale la pena vivir, el amor nos sigue interpelando en cualquiera de las formas que adoptemos
¿Qué hacer entonces si lo vemos jadear bocanadas pestilentes de tedio, desganas; disfrazarse con ridículas escenografías de teatro bufonesco como para revivir pasiones que apenas sobreviven en el recuerdo? Si aceptamos que no podemos vivir sin él, pero tampoco en muchos casos, con él.
Cuando no reducirlo a palabras que ni se importan ni se estorban, se soportan amistosas o irritantes y dañinas. Indiferentes miradas que terminan convirtiendo a los que fueron amantes, en invisibles fantasmas de un pasado que lo abarca todo, tanto que no deja espacio para nada nuevo.
Devolverlo, tal vez, a sus orígenes; es decir aligerar su carga de sustituciones y carencias personales históricas, de ideales frustrados, y liberarlo de las presiones de estereotipos adquiridos a fuerza una moral que nos impone la estructura económica a la que estamos encadenados, mediante la cual la familia se constituye en reaseguro del sistema, nos supone cambiar demasiados paradigmas articulados entre sí, y enfrentarnos a una reconstrucción que nos supera.
Emanciparse de modelos vendidos por intereses productivos, y revisar los arquetipos que responden a necesidades auténticas, esto es atreverse a contradecir lo conocido y entregarse a la exploración guiada por la intuición; esto nos da miedo.
Lo reconozco, eso sí, como una tarea ardua. Dificultosa por cuanto nos hemos alejado de la sabiduría que nuestra especie recogió de la evolución, y en la comodidad de esquemas inventados por el consumo, nos acomodamos a lo fácil. Aunque ello haya supuesto negociar el placer por el goce, la propia intuición por las fuerzas que dictaminan la normalidad, fuera de la cual nos convertimos en marginados, raros o extravagantes personajes defensores de utopías.
No conozco fórmulas ni tengo por ofrecer propuestas específicas para detener esa “nada” que nos está invadiendo, como la que describe Michel Ende en la Historia Interminable, y que amenaza con desaparecernos como individuos, y hasta como especie, si continuamos negando la tragedia ecológica en la estamos implicados y somos parte, y que ya comenzó.
Solo se me ocurre convocarlos a resignificar esta “obediencia debida” que nos han impuesto, y que la estamos considerando como única posible y resignándonos, tomándola como natural, a soportarla solo con la queja como recurso.
Lejos de las parafilias con las que categoriza el pensamiento psiquiátrico convencional a la perversión, quiero proponerles que ese “volcar o verter fuera del sitio adecuado”, (que es lo que nos viene a querer decir la raíz etimológica del término) se ajusta mucho más al bienestar individual que cada uno concibe para sí, que a normativas éticas o morales establecidas por la cultura dominante (si, cultura colonialista, católica, protestante o religiosa en general, que impuso en estos comportamientos las desviaciones que se le suponen).
Porque el “lugar adecuado” sería el del placer personal sin daño a terceros, y no la satisfacción transitoria y divertida que tantas veces va ligada, con la envidia, los celos, y el rencor, a gozar con el sufrimiento ajeno. Eso es lo que el modelo capitalista nos terminó por hacer creer: que el lugar adecuado es el que ellos dictaminan, normativizan y regulan.
Queda abierto el juego…… porque el espectáculo, debe continuar.
Dr. Carlos Nieto
Oga Cultura y Transformación