Los lenguajes de la salud*

Quiero referirme, con este título, a tres formas o modalidades del lenguaje directamente implicados en nuestro estado de salud o, por el contrario, relacionados con la enfermedad.

1.- Lenguaje corporal y movimiento

A los médicos nos enseñaron nuestros maestros en el arte de interpretar el bienestar, que el lenguaje corporal más saludable del que podemos tener conciencia los humanos es el silencio de nuestro cuerpo. Nos decían con ello que cuando el cuerpo pasa desapercibido, cuando no habla en un síntoma, un signo, o una queja, significa que todo anda bien; quien piensa en su hígado, su corazón, sus huesos cuando usándolos continuamente, estos cumplen su función sin dar la menor muestra de su situación, que permanecen silenciosos, inadvertidos, es que “todo está bien”, como nos gusta decir, pero en este caso de verdad.

Y cuando el movimiento, recurso imprescindible para la vida, cuando nos conduce a satisfacer necesidades, cumplir objetivos deseados (o necesarios dictados por el instinto) y permitirnos obtenerlos, se desarrolla en silencio (como el vuelo de los pájaros en armonía con el aire), es decir sin estridencias, es tan natural como automático; pero cuando están bajo el mandato de imposiciones (propias o ajenas), o responden a exigencias que fuerzan a la voluntad su cumplimiento, entonces sobrevienen las tensiones, los dolores, los esguinces y contracturas, lenguajes todos estos que gritan su disconformidad y displacer, al estar forzados a cumplir mandatos (muchas veces inexplicables)

Una especie de  antimovimiento que lleva, paradojalmente, a la inmovilidad o a la parálisis, obligándonos a una “quietud” no saludable y si inquietante y dolorosa.

2.- Lenguaje verbal y pensamiento. La palabra

Uno de los más hermosos dones que nos otorgó la naturaleza, nos permiten expresar sentimientos, emociones y razones, y con ello crear un mundo intangible que supera la realidad y hasta la transforma cuando un relato, una poesía, o una canción nos transporta a dimensiones extraordinarias alejadas de los cotidiano y rutinario, a lo que nos atamos por imperativo de nuestra forma de vivir.

Y esa elaboración y proyección de ideas, fantasías y planes que, en los pensamientos toman vuelo y construyen nuevas realidades, nos conducen a ponerle color a una existencia, muchas veces uniformada por el gris de la rutina; siempre y cuando no se tuerza y termine respondiendo a fantasmas y existencias tan subjetivas como ficticias, creadas por miedos imaginarios que cambian nuestra percepción y nos obligan a respuestas equivocadas.

3.- Meditación, o el arte del lenguaje del silencio y la quietud

Tal vez el más mitificado y a la vez el más desconocido y simple de los recursos que poseemos.

Vinculado al temido silencio cuando no es elegido; cuando queda atrapado en las garras de la soledad y el aislamiento (tal como nos está imponiendo la situación actual de pandemia y muerte), lo ha hecho aún más desconocido, y preciado porque, escogido como recurso contra el ruido ensordecedor que nos empuja a vivir como en una discoteca, a través de órdenes, estereotipos de diversión; y las vorágines de las pasiones y la excitación del odio, la ira, la venganza, la competencia, etcétera, se nos presenta como un freno a ese tiempo descontrolado.

La quietud, también elegida; ni la del sueño reparador y necesario (tantas veces ausente como anhelado) ni la de la enfermedad, sino aquel estado de sosiego y calma del que podemos hacernos artífices con sólo sentarnos y disponernos a vivir esa “pequeña aventura”, en solitario o acompañado; en pleno uso de nuestra consciencia y buscando en ella el sentido de la armonía y el equilibrio, perdidos en el enloquecedor ritmo de nuestra vida. En ella no estamos inmóviles, porque nuestro corazón se mueve, nuestros intestinos continúan su función; y nuestra sangre fluyendo sigue siendo purificada por los riñones. Hay un movimiento en nosotros que nos remite a la vida, y nos la asegura; solo el no movimiento impuesto, libre, es el que cesa, y en su ausencia nos da la posibilidad de otra vibración, que tiene más que ver con la del universo del que somos parte.

Algo similar nos pasa con la escucha y con la visión. Los sonidos exteriores se incorporan a la música de las cosas que nos rodean; cesan los ruidos mandantes, y la necesidad imperiosa de interpretar las imágenes que, junto a los ruidos, nos obligan a advertir de peligros y amenazas. Es entonces cuando empezamos a cambiar y controlar nuestra relación con el entorno; es ese el momento en el que nos sentimos protegidos y en paz, porque somos parte de él, no sus enemigos.

La meditación no es abstracción de la realidad, es una forma de devolver nuestra atención a aquellas cosas a las que hemos renunciado por responder a los mandatos y demandas que nos impone la cultura.

Integrar a esta realidad aquellas cosas perdidas, o desvalorizadas, abandonadas en aras del éxito, el rendimiento o el progreso, es decir, la vida artificial a la que nos sentimos obligados y no parte de la celebración de su fiesta.

 

*Dr. Carlos Nieto

Oga Cultura y Transformación