Alma*

“Leyenda guaraní del colibrí. Cuenta una leyenda guaraní que la muerte no es el final de la vida, pues el hombre, al morir, abandona el cuerpo en la Tierra pero el alma continúa su existencia. Dice también que se desprende el alma y vuela a ocultarse en una flor a la espera de un mágico ser. Entonces es cuando aparece el «mainimbú» (nombre guaraní del Colibrí) y recoge las almas desde las flores, para guiarlas amorosamente al Paraíso. Ésta es la razón de que vuele de flor en flor. Antiguamente se creía que el colibrí provenía de un país de hadas, y quien tenga hoy el placer de contemplarlo, no estará lejos de opinar lo mismo. El Colibrí habita en toda América pero especialmente en zonas tropicales. Hay distintas especies: el sunsún de Cuba no alcanza los 5 centímetros de longitud y es el pájaro más pequeño que se conoce. El nido es diminuto como su dueño: ¡tiene el tamaño de una nuez! Cuando vuela, sus alas vibran a una velocidad increíble y es imposible distinguirlas. Mientras absorbe el néctar parece como si su cuerpo se encontrara suspendido en el aire. Si lo ven, pónganse contentos, porque se cuenta que cuando un picaflor o colibrí se acerca a una casa, es señal de que habrá gratas visitas y de que un alma será amorosamente guiada al Paraíso.”

Alegoría, metáfora; percepción o consciencia de realidades paralelas, ¡qué importancia tiene!

En que cambia la realidad el hecho de cuestionarnos la existencia de dios; o sentirnos poseedor de la verdad. O concebir el poder como el único instrumento para prevalecer, dominar; imponer criterios y someter al escarnio al semejante que, en realidad somos nosotros mismos en otra piel, como dice Atahualpa refiriéndose al amigo.

Si ni siquiera sabemos que es el alma, o qué es esta misteriosa y mágica experiencia que llamamos existencia.

Los griegos al alma llamaron Psique, y la deificaron otorgándole poder sobre la materia. ¿Acaso ellos, o los representantes de nuestra cultura originaria, y hasta donde yo sé, todo misterio no fue, y sigue siéndolo, elevado a la categoría de sobrenatural, por imperativo de la razón, aunque sea despreciado por ella misma como acientífico, místico, o esotérico? 

Entonces, dejémosle a los racionalistas; los fanáticos de cualquier teoría, gladiadores oxidados de deseos de dioses del ocaso (incluido el dinero). Dejémosle a ellos y sus relatos “cientificistas”, sus creencias trasnochadas, y su codicia desmedida; el grito de guerra y los estandartes del odio, la descalificación, y la infamia.

Nosotros a lo nuestro, que es vivir en el amor y la celebración de la vida.

Privados voluntariamente de la vista, del oído, del discernimiento y la razón, en la práctica de la meditación. En esa quietud que nos invita la contemplación del movimiento esencial incesante de nuestro cuerpo a través de todos los órganos que, silenciosamente, nos garantizan la vida; del silencio externo, que nos permite oír de la “música de las estrellas”, como dicen los poetas y los astrónomos, que emana de la armonía de su propia melodía y del vacío cósmico. De una concentración que suspende la rumiación obsesiva de pensamientos, taladrantes a veces, solo necesarios para sentirnos adaptados a un mundo enloquecido por demandas constantes; en esas circunstancias de quietud, silencio, y concentración, tal vez podemos ver el batido de las alas del colibrí, escuchar su sonido, y ver en su aparente inmovilidad, la estética y armonía de su cuerpo, que sería como decir de nuestra propia alma, libando el néctar, alimentándose de la energía de quienes nos acompañan en este camino de existencia.

Tantas veces apelar a la solidaridad, la sinceridad; a la bondad y el amor, se convierten en quimeras o anhelos que no superan el techo de un deseo que apenas nos dejan vislumbrar nuestra condición humana, cuando sinó conceptos arcaicos de viejos diccionarios. Nos forzamos a ello como si tuviésemos que vencer la pulsión natural al odio, el individualismo y la mezquindad que parecería ser consustancial, genético, indisolublemente ligado a nuestro carácter.

No renunciamos con ello a seguir luchando; a continuar defendiendo el más profundo sentido de justicia y equidad, por una convivencia en paz e igualdad. Nos comprometemos más que nunca con el equilibrio que, tanto en el universo como en nuestro microcosmos, son la única posibilidad de vida con la que contamos.

Empezamos por lo más sencillo; por lo que más a mano tenemos: la protección de ese “maininbú” que pugna por completarnos el sentido de esta existencia compuesta por tantas realidades.

*Carlos Nieto
Oga Cultura y Transformación