Porqué meditar. Bases, fundamentos, y práctica

Del halo de misticismo que rodea a la meditación, como a otras disciplinas no científicas, es responsable en gran parte el pensamiento cartesiano, el razonamiento deductivo, y el materialismo existencial que ha tomado todos los ámbitos del quehacer humano, hasta rodear de un halo de misterio y magia, y descalificar todo lo que no puede ser explicado por su método, marginándolos a los bordes mismos de ella.

Lo que la ciencia no puede demostrar se convierte en místico, o esotérico, o en el peor de los casos no existe por incomprobable, claro, teniendo en cuenta que la comprobación es un paso exclusivo del mismo método científico; es como pedir a un león que entienda y admita el vegetarianismo.

 En otras palabras, la evidencia, que en última instancia es la que verifica y legitima cualquier aproximación a la verdad, en el caso de los resultados muchas veces sorprendentes de las disciplinas no científicas, es atribuida a la casualidad, otro fenómeno nunca esclarecido y asimismo indemostrable.

 El silencio y la quietud, que propone la meditación, es activar otra sensibilidad y otra escucha, al vértigo que viven los sentidos en su misión de ayudar a adaptarnos a la realidad que impone este modo de vida alienante, en el que «lo esencial se va tornando invisible a los ojos», como Antoine de Saint-Exupèry nos lo recuerda en El Principito.

Es cierto que nunca dejamos de pensar, hasta tal punto de seguir haciéndolo durante el sueño, aunque a ello lo llamemos de otra manera (precisamente actividad onírica). Pero con ser una función que, como el latido cardíaco o la respiración, nos acompañaran ininterrumpidamente a lo largo de toda la vida, los pensamientos también se pueden transformar en un acicate, una tortura que nos incita a respuestas urgentes cuando los estímulos a los que estamos sometidos no lo son, sino que así los transformamos por acción de la llamada ansiedad.

No se trata entonces de «poner la mente en blanco», o sustituir por «pensamientos positivos» aquellos otros que nos enloquecen o distorsionan la realidad; por el contrario, el logro que nos plantea esta otra forma de atención, la meditación, es pasar de actores al servicio de un libreto de vida, a directores de ella, con toda la potestad de ser sus artífices.

¿Cómo conseguirlo? cuando estamos enfermos de urgencias, de consumo, aquello de «gastar lo que no tenemos, con dinero que no ganamos, para obtener cosas que no necesitamos, y terminar acumulando lo inservible». Tomar conciencia de ello es el primer paso, luego aprender a priorizar, dimensionar correctamente, y recategorizar la perentoriedad de lo inaplazable, descartando lo que no responde a nuestros intereses sino a imperativos ajenos diseñados por la cultura, esto es lo que nos proporcionan esas dos herramientas tan básicas como son la quietud y el silencio.

Cierto es que no son sencillas de realizar, porque el ritmo y tensión con los que vivimos serán un obstáculo transitorio, pero no insalvable si persistimos en el entrenamiento adecuado, en la perseverancia necesaria, y en la observación y valoración de los logros que se van alcanzando y que experimentaremos en los sutiles cambios que iremos viendo en nuestra salud y en la relación con los demás.

En ocasiones los profesionales de la salud, en el mejor de los casos, toleran y hasta aconsejan su práctica, argumentando desde el más acérrimo desconocimiento e incoherencia personal, sus beneficios o su inocuidad (“total mal no le va a hacer”). Y es hasta lógico su planteamiento dadas las ideas desde las que parten: “las noxas (agentes o estímulos enfermantes)” siempre vienen de afuera”; y no se equivocan del todo, salvo que el afuera muchas veces son más que bacterias y virus, porque con ser patógenos nuestro sistema inmunológico ha aprendido demasiado bien a combatirlos; no así la tensión generada por un modo de vida que atenta contra la propia naturaleza, de la que somos parte, aunque también jueces y verdugos.

Tampoco es el pensamiento positivo o el optimismo ingenuo (mucho menos los manuales de autoayuda) el mejor instrumento para fortalecer la resiliencia o darnos mayores armas de como conservar el equilibrio, la homeostasis que llamamos en medicina, y mantener de forma estable un estado de bienestar adecuado. Porque, al igual que la aspirina, nos proporcionarán alivio transitorio mientras dure su efecto, que volveremos a padecer porque las raíces de nuestro mal siempre quedarán intocadas si no abordamos su comprensión profunda y nos comprometemos a cambiarla.

Aprender a vivir, esa sería la consigna que nos propone la meditación. Como aprendemos las tantas cosas de las que nos valemos para alcanzar logros y satisfacer anhelos.

Ese sería el objetivo último de la meditación.

Me preguntaron, en cierta ocasión y en más de una vez, que relación encontraba entre la búsqueda del equilibrio a partir de una terapia con enfoque “psi” (psicoanalítica, sistémica, de las de corte dinámica en general) y los logros alcanzados a través de la práctica, más o menos sistemática, de la meditación.

Pregunta inteligente que, como no podía ser de otra manera, me llevó a elucubrar y comparar los distintos materiales producidos y elaborados en los espacios en los que se llevan a cabo estas aparentemente diferentes disciplinas. Las terapias analíticas y afines, desarrolladas en el marco de un encuentro personal, obtienen el material de trabajo de los conflictos representados en el presente cotidiano y su relación con los estigmas, traumas comúnmente llamados, instalados en la historia de vida y presentados por la fuerza de su incorrecta elaboración cuando acontecieron. Actualizados y representados en muy diversas experiencias que aparentemente no tienen relación con los sucesos acaecidos originalmente.

En este caso los mecanismos defensivos del sujeto no alcanzan a regular los efectos indeseables que alteran la vida e inducen al sufrimiento; o no es que no alcancen sino más bien no están adaptados a los matices que están provocando disturbios.

Las barreras que impiden razonar y con una lógica básica, resolver esas perturbaciones histo-biográficas, han sido desplazadas al inconsciente como forma de autoprotección ante la incapacidad transitoria (de aquel tiempo de sucedidos) de darles resolución; es por ello que habitualmente el individuo requiere de una ayuda psicoterapéutica que le aporte los recursos faltantes. El resultado de todo ello sería “colocar los patitos en fila”, o dicho en términos menos prosaicos aprender a manejar el efecto devastador del trauma para impedir sus efectos en la existencia presente.

Por lo dicho hasta aquí podemos deducir que dos son los materiales que disponen su tratamiento desde el enfoque psi: el conflicto actual y su fundamento no consciente habitante de la memoria y el olvido, como el lugar de la memoria doliente.

Es mucho lo que podríamos ir avanzando en estos terrenos de la psiquis humana, pero tal vez con estas escuetas líneas cumplamos nuestro primer objetivo de definir el otro material al que nos referíamos, y que tiene que ver con la meditación.

Este sentimiento, llamémosle así las sensaciones espirituales con las que vive el sujeto, que trasciende la propia historia; y que también está más allá de los conflictos presentes en la vida cotidiana, han intentado ser explicados por la ciencia, psicoanálisis incluido, y son muchas y muy controvertidas las opiniones que han llegado incluso a dividirlas en corrientes en su propio seno, como tratando de darles el lugar adecuado en el mundo material con el que estamos comprometidos.

Las religiones tampoco han logrado consensos unificados al respecto; y, así Dios, el profeta Mahoma, Alá, como casi todos los representantes de las religiones monoteístas menores, han diseñado en mandato de sus seguidores, distintas explicaciones que no terminan por satisfacer al conjunto de una humanidad que reivindica la existencia de lo espiritual en su ser, aunque no sea ninguna de estas corrientes de pensamiento la que la contenga.

Cuántas veces no hemos encontrado en situaciones donde la realización o práctica de algo, sin base teórica que la fundamente, es suficiente prueba con los resultados obtenidos. El amor, sin ir más lejos, se vive, se disfruta, y se sufre, y nadie puede dar una explicación que satisfaga a todos.

Así que si la experiencia que nos aportan esos minutos de quietud y silencio obtenidos con la meditación, con su universo de sensaciones placenteras, en las que las fuerzas, reales o inventadas por la cultura como el espacio y el tiempo, la responsabilidad y las obligaciones, lo importante y lo superfluo, etcétera, dejan de imponernos sus leyes, y la resultante se manifiesta en un redimensionamiento y resignificación de esos parámetros; y logramos alcanzar una homeostasis que reequilibra la naturaleza de las fuerzas vitales en procura de un aumento de la calidad de vida, entonces estaríamos como en el amor, disfrutando de nuestra mejor realidad. 

 

Dr. Carlos Nieto