Lo esencial se ha tornado invisible

Hemos perdido, y me temo que irreversiblemente, contacto con la esencia de la vida.

Insisto, como si de un grito en el desierto se tratase, en llamar la atención sobre esta navegación en aguas estancas, sin rumbo, y sin brújula, que nos conduce al caos. Y, como respuesta, sigo viendo conductas y comportamientos ridículos, absurdos; tantos como seguir negando la realidad, como esconder la cabeza en un agujero imaginando que escapamos al peligro, o mejor dicho sería que “no existe la muerte”. De otros, reacciones disgustadas y catalogaciones de “majaderías” los dichos y denuncias.

Seguimos viviendo como inmortales. Pero ¿Qué sería lo contrario? Por ejemplo ¿En qué cambiaría nuestra existencia si aceptamos que nuestra aventura terrestre se está acabando? Probablemente “comeríamos mas helados, caminaríamos más tiempo al sol; leeríamos más poemas. Haríamos más el amor o bailaríamos y cantaríamos más…”, parafraseando a un poema atribuido falsamente a Jorge Luis Borges (aunque podría haber sido totalmente cierto, en la sabiduría del maestro).

En realidad, que paradójicamente nuestro miedo y conciencia de finitud han desarrollado exactamente las conductas que nos aproximan a esa muerte; más precoz de lo que podemos imaginar y desear. Y que empieza mucho antes del cese de nuestra respiración, o la detención de nuestros latidos, y por supuesto sin esperar a que la rigidez cadavérica ponga la rúbrica del final sobre nuestra biografía.

Solo cuando nos preguntamos por el sentido de nuestros actos; por el modo de vida que hemos adoptado. Por las prioridades que hacen de nuestros caprichos, de nuestras “responsabilidades y obligaciones”; del orden y deber con el que ocupamos nuestro tiempo. Solo en esos breves momentos, medicados como depresión, abordados en la consulta psicológica como trastornos bipolares; sustituidos con plasmas como pantallas de cine, viajes exóticos, amores clandestinos, compulsiones varias, es cuando detenemos brevemente el ritmo alienante, enloquecido y vertiginoso, y pensamos en las cosas importantes que constituyen ese pequeño e insignificante universo en el que sobrevivimos. Universos formados por nuestros hijos, el amor que pudimos rescatar de las ruinas de la rutina, el intento tímido por recuperar lo esencial de la existencia que estamos transcurriendo, la mayoría de las veces oculta a los ojos “porque estamos distraídos haciendo otra cosa” (John Lennon).

Pero esos momentos desaparecen rápidamente ahogados por la trepidante demanda de obligaciones que “nos llaman a la realidad”. Y así seguimos remando y remando sabiendo que terminaremos acabando en la misma orilla de la que partimos, llenos de cosas inservibles, obsoletas, que quedarán como testimonio de nuestro paso invisible; existencia de la que solo quedan huellas en  recuerdo de unos pocos, a los que hemos ido postergando porque no formaban parte de nuestras “urgencias vitales”.

A algunos les tironean los mensajes espirituales que, desde múltiples y folklóricos maestros y guías, lideran y prometen redenciones y salvaciones casi mágicas. Promoviendo  la creación de islas donde ser los náufragos sobrevivientes de catástrofes; constituidos en observadores de un mundo donde se hunden los que no quieren acompañarnos. No hace falta llamarlos testigos de Jehová, o defensores de sectas apocalípticas por el estilo, los encontramos interactuando con las medicinas alternativas, las disciplinas orientalistas, los métodos de pensamientos esotéricos opuestos al cientificismo dogmático. Y no son doctrinas perversas ni malintencionados sus adalides, en todo caso buscadores empíricos persuadidos del fracaso del Dorado prometido por la soberbia del racionalismo.

Mientras tanto aquí, sumidos en el aislamiento y el ostracismo, soñamos con paraísos perdidos (o que supimos perder). Ilusionandonos volver a la “normalidad”, que hasta ese momento crítico, no supimos valorar porque nuestra codicia, la insaciable compulsión a tener siempre más, nos arrastraba a la acumulación incesante; como queriendo revestirnos de capas y capas de seguridad, en busca de la eternidad y la felicidad ilimitadas.

Quiero terminar con un poema que recorre la pérdida, el deseo, y el reencuentro; y que tal vez dice, como lo hace la poesía, que es la normalidad: “esas cosas simples que quedan prendidas en el corazón”

Amores, tiempos, espacios

Recorrí….

vastos océanos de terribles soledades,

por áridos desiertos de amores imposibles.

Caminé…

 amaneceres lánguidos y noches tormentosas,

llenas de bullicio, enceguecedoras luces, embriaguez, locura.

Escuché  

canciones tristes de amor y …otras,

para mí compuestas. Para mí cantadas.

Padecí

llantos, gritos y hasta insultos

queriendo responder….

con abrazos, con besos, con caricias,

no pudiendo casi nunca… conseguirlo.

Y me dormí sin sueño,

y besé sin labios,

y acaricié sin manos.

Amé sin pasión…,

Viví sin vida.

Y al borde mismo de la muerte…

te encontré… nuevamente,

en otro cuerpo, en otro rostro

y mi piel se estremeció al entrelazarse con la tuya.

Y sentí el caballo de mi corazón…

galopar salvaje,

retozar alegre,

aparearse torvo,

en los territorios indómitos de tus suaves curvas,

tus valles encantados, tus cumbres anhelantes,

los recónditos misterios de tu sexo húmedo, caliente.

Por ti…diosa, mujer, incógnita,

Por lo que eres sin saberlo,

transformé el jinete de mi deseo dormido,

en titán coloso, aguerrido trovador, ardiente amante.

Y yazgo aquí, junto a ti

en el lecho nupcial de mis deseos,

en el tiempo triunfal de mis anhelos,

en la magia vital de mi locura.  

Carlos Nieto