La Historia Interminable II -Desleimiento social-

Curioso concepto éste, que nos remite a la imagen de deshilachamiento, disolución, licuefacción.

Es como si aquello que hasta un momento determinado estuviese organizado, armado; dotado de un cuerpo y una estructura sólida capaz de soportar un modelo, un esquema, perdiese entidad y todo lo que sostenía y se organizaba en su entorno, se viniese abajo derrumbándose irremediablemente.

Recordarán ustedes (los que la han leído, o siguen esta metáfora) de La historia Interminable, el lento e inexorable avance de La nada que “se tragaba”, literalmente la totalidad de lo que invadía. Michael Ende nos relataba, en aquel relato de ficción, que en realidad La nada solo necesitó para gestarse y actuar, de la tristeza, la desilusión y la falta de confianza; tres elementos esenciales que daban entidad real al vacío que todo lo succionaba.

Y ese es exactamente el sentimiento que se está apoderando de nuestra sociedad. Si primero se va instalando la idea de la imposibilidad de progresar, porque sin trabajo, sin perspectivas, con la idea de mera supervivencia, los individuos invadidos por la inseguridad, el miedo y la fatua esperanza de “zafar” individualmente, aquietan o suprimen sus proyectos hasta desecharlos, convertirlos en quimeras, entonces solo queda el presente, un hoy demasiado gris y desilusionante.

Posteriormente se va tomando conciencia de otra realidad a la que no pertenecen los sueños ni nada abstracto o simbólico: la resignación.

Es entonces el tiempo del aplastamiento bajo el peso insoportable de la levedad a la que induce lo “material real”, aquello que por lo tangible y “sensato” no da lugar a nada más.

Si la desaparición del aparato del estado en otras circunstancias, y según algunos pensadores (libertarios de verdad), supone la recuperación de la libertad individual y la verdadera emancipación del individuo; si la tutela que desde las instituciones reducen al ciudadano a un obediente y sometido siervo de la gleba democrática, sin sueños propios al estilo de los personajes de novelas futuristas de (no) tanta ficción. Hoy por hoy, ante la vorágine arrasadora de los depredadores sedientos del poder, tal vez este instrumento creado entonces para la sujeción y la represión, se esté transformando en una de las pocas herramientas de contención ante tales diabólicas intenciones.

En estas circunstancias, con un pueblo adocenado, confundido y manipulado, sin escrúpulos éticos; mentido y atemorizado con amenazantes tragedias cuasi apocalípticas (el comunismo, la anarquía), un estado desleído, en extinción genera una orfandad inasumible, induciendo al caos y los peores recuerdos de las sociedades desintegradas del medioevo de la humanidad. (Aquella sociedad alemana de posguerra; con una república -la de Weimar- incapaz de contener las secuelas de la derrota y la humillación a la que sometieron los “aliados vencedores” contra el fascismo, al pueblo Alemán, da claras muestras de lo expuesto en el párrafo anterior).

 De este nihilismo negativo es complejo salir. Porque la libertad, el libre albedrío, la emancipación, la madurez, son realidades funcionales, es decir, existen en tanto son ejecutadas, o, dicho en otras palabras, solo podemos entenderlas y reivindicarlas cuando su práctica demarca estados individuales y sociales, establece conductas y transforma existencias con el objetivo de alcanzar bienestar, bien pensar y bien sentir.

De lo contrario los seres humanos son reducidos a entidades acríticas, no pensantes y obedientes al servicio de intereses impropios; meros objetos del deseo de un Otro.

El tejido social, entramado versátil de intereses, ambiciones, ideas, realizaciones y comportamientos diversos, sólo se puede sostener compacto cuando entre sus componentes existe un tácito “sentido común”(¿?), o intereses mayoritarios de cooperación, que, respetando las individualidades, aboga por la cohesión y practica la ayuda mutua, la solidaridad, y la convivencia en armonía y respeto. Este tejido se deshilacha con políticas que, como la que estamos padeciendo, propician la competitividad selvática por la supervivencia. Que atizan las diferencias y enfrentan los intereses de las clases, de razas, y hasta de géneros, hasta hacerlos incompatibles entre sí, poniendo la supervivencia al borde de la guerra por la salvación personal.

Estas pueden, y de hecho son, políticas de combate militares; tácticas belicistas que, como en Vietnam, inducían a matar o morir, aunque en ninguna de esas alternativas existieran razones lógicas, ni siquiera comprensibles, por lo que las drogas alucinógenas de todo tipo fueron necesarias en virtud de superar la menor resistencia ética; aquellas razones biosociologicas que nos constituyeron humanos.

Muchos de los políticos actuales son totalitaristas kamikazes que juegan a batallas ficticias militaristas con soldados civiles que no son más que pueblo (jugaron a ello los Galtieris y demás secuaces); y lo hacen impunemente porque saben que nunca pierden, porque el poder real siempre los ampara.

Y en su delirio “magnificente” pretenden emular el desvarío histórico de otros enajenados que la historia de la humanidad esconde entre ocultismos y deformaciones intencionadas. Léase Napoleón, Hitler, Stalin, solo por mencionar los más “famosos”, y entre nosotros Carrió, Pichetto, Magnetto, por mentar algunos de los más visibles y caretos.

Pero estos aprendices de brujo actuales, tristes mediocres de toda inutilidad, no pasan de ser títeres manejados por poderes anónimos para el conjunto de una población confundida, mal informada y manipulada hacia el servilismo abyecto, que ha perdido su capacidad crítica y se desplaza sin orientación por los laberintos de la información malintencionada.

¿Son únicamente ellos los culpables del neoliberalismo; el neocolonialismo heredado de las viejas prácticas imperiales?.

¿De la maldad y perversión de mentalidades explotadoras, capitalistas y de codicia insaciable, defensores ocultos de la esclavitud moderna en la que estamos entrando?.

¿Cuánto de responsabilidad nos cabe, cuando ya adultos y emancipados, decidimos ser artífices de nuestro propio destino?, y sin embargo optamos por una servidumbre voluntaria cómoda en la que “sentirnos protegidos” (sin saber de quién, porque ellos son nuestro lobo), aunque sea a costa de nuestra libertad y pensamiento crítico.

La colonización no solo se produjo con espadas, cruces, bestias, fuego y dioses recubiertos de metal, como nos cuenta Gabino Palomares en La maldición de Malinche; es allí mismo donde nos invita a reflexionar sobre nuestra responsabilidad al seguir cambiando espejitos de colores y despreciando a nuestros ancestros, mientras nos inclinamos sumisos ante “los rubios barbados”.