El fin del sexo, del amor, y de la vida

Dos grandes dificultades, plantea este título, sin embargo, resiste y perdura la vigencia que contradice, y combina, las distintas formas de vivir lo que ha sido la evolución histórica del amor, y sobretodo del sexo. 

 Esta propuesta de pensar en un final, que de ninguna de las maneras debería plantearse sin caer en el catastrofismo, pretende contribuir a resolver la confusión reinante; de cualquier manera, valga aclarar que tampoco se puede decretar el final de la alegría; la caducidad de la amistad, la terminación del asombro, la bondad humana, etcétera. Aunque siga valiendo la pena analizar las terribles circunstancias que pueden hacer parecerlo: guerras, epidemias, muertes, desolación, traiciones y decepciones; pero, cómo el equilibrio yin-yang de la filosofía oriental, siempre quedará el núcleo esencial de cada conquista, desde el que se reestablezca, crezca y retornen a su plenitud, aquellos valores que hacen a la condición humana.

 

Es cierto, ya no será lo mismo, nunca nada es lo mismo; como el agua del rio en la que te bañas por segunda vez. El final al que nos aboca este ciclo humano que está concluyendo (y que equivocadamente a, mi parecer, hemos gestado) agota las vivencias que de ellos teníamos: sexualidad compulsiva practicada como reafirmación de identidad, de búsqueda y conservación de permanencia, graficadas en nombres que se borran, caras desdibujadas por el tiempo, y el tiempo, y que no han sido intrascendentes ni insignificantes; empujadas por la inseguridad e incertidumbre, y ese imperecedero e inconsciente viaje al origen. Que siempre está operando desde el inconsciente. El aburrimiento, o la búsqueda de un equilibrio transitorio, solo útil fisiológicamente (según nos aconsejan); con un resultado más o menos satisfactorio o frustrante; o en los hijos deseados o indeseados que usamos para nuestro sueño de inmortalidad y trascendencia, termina también por cuestionarnos la autenticidad de conductas y prácticas que, muchas veces, repetimos rutinariamente, hasta llegar a catalogarlas como “naturales”( y así la violencia de género pasa a ser una prueba de amor; la infidelidad es parte de contrato; la traición es vivida como parte de las reglas del juego).

Un amor romántico creado por los directores de películas, escritores de novelas, en historias de ficción que las convertimos en reales porque en ellas proyectamos nuestro deseo, o lo que no nos ha tocado de aquel amor cortés con el que creció nuestro concepto de él. O volamos hacia realidades fantásticas, siempre esperando el encuentro, la llegada, de quien nos complete, y transforme en el príncipe o la reina a convertirnos desde el mediocre mundo en el que sobrevivimos.

Y una vida vivida como nos la dictaron, con un libreto escrito sin nuestra participación, la que tuvimos que asumir y adaptarnos.

Mientras tanto transcurre el tiempo que, finalmente nos va resignando de los espejismos tras los cuales invertimos, y perdimos, la casi totalidad de la existencia en una espera mágica que, como tal, no existe.

Ese sexo y ese amor han terminado; y a lo mejor también la vida.

Y nos queda esta realidad, y este momento de la historia, cuando empiezan a mostrarse crudamente las cosas que ya no admiten maquillaje, por imperativo de la pandemia, de un cambio climático que ya inició su etapa última para nosotros, sus responsables, o el hartazgo de seguir siendo actores secundarios de una obra de teatro que se va llamando a su fin. De la constancia de nuestra incapacidad e ignorancia, negando a gritos el caos que hemos provocado, y pretendiendo convertir nuestras miserias en virtudes, negándonos a reconocer nuestra responsabilidad en tal desquicio.

 Cuando estamos llegando aceleradamente al abismo que nos está tragando, cual agujero negro de mezquindades, mentiras, odios, e individualismos, la súplica y el rezo a dioses inexistentes, el razonamiento basado en la lógica; la voluntad y la sensatez de los que siempre quisieron subirse al tren del progreso, pero nunca los dejamos. De los luchadores por la justicia, la igualdad, la ecología, y el verdadero amor que debería conducir la vida, ese clamor ya anuncia más el final que nos espera, que servir de advertencia por si estamos a tiempo de evitarlo.

¿Visión apocalíptica, catastrofismo….?, tal vez; pero, ¿y si no lo es?

 

Dr. Carlos Nieto

Oga Cultura y Transformación