EL PODER DEL ODIO*

Julia Kristeva, en los poderes de la perversión, nos acerca a la seducción  provocada por los “valores” que transgreden lo establecido como normal.

Los invito a recorrer con ella sus propuestas, para así entender esa atracción irresistible que nos impulsa a ejercer la represión, la censura, o el control para mantenernos en el límite mismo de lo social, culturalmente aceptable y socialmente compatible con la convivencia. Porque, dicho de otra manera, entregarnos a ella supone una dura condena, aunque muchas veces hipócrita y simulada, que nos margina de la regularidad que rige la vida en comunidad, sin expulsarnos de ella.

Me permito, a efectos de desarrollar el tema, incluir al odio como una perversión (agresión maligna muy lejos de la lejana agresión biológicamente adaptativa, en conceptos de Erich Fromm), qué, usado como opuesto al amor, es capaz de similar o superior efecto dañino y destructivo en contraposición al sublime y mentado sentimiento.

Porque en realidad el antónimo del amor sería el desamor, o indiferencia también podríamos decir. Éste, como potencia capaz de generar realidades extraordinarias, hasta la vida misma; y ausente, privado el sujeto de experimentarlo, lo colocaría como mero observador y nunca protagonista del sentido supremo de la vida. Sujeto pasivo e inmutable a  la realidad; sin embargo esto no ocurre con el odio. Cual fuerza capaz de transformar, destruir, aniquilar cuanto se le oponga, sin límites morales ni recursos imposibles, hasta lograr su objetivo, aún a expensas del  propio bienestar de quien lo siente.

Hemos escuchado atribuirle al odio capacidad y vigor suficientes comparables al amor hasta colocarlo como su contracara. Pero ¿de donde nace el odio?, y sobre todo que representa su presencia en el concierto de las emociones humanas, cuando la existencia de estas parecería estar vinculada a  encuadrar la vida en el logro de sus mejores condiciones.

Freud sostenía que el placer era solo la mera ausencia de dolor; podríamos preguntarnos, parafraseándolo que ¿el amor es nada mas que la ausencia de odio? Sería como admitir que la vida solo sería un breve período en la verdad sempiterna de la muerte; y esto nos conmociona.

Y así extenderlo también de la bondad, al sentimiento de solidaridad, cooperación, altruismo, compasión, etcétera; contradiciendo sin tapujos a Fromm en su teoría expresada en su libro Seréis como dioses, donde nos eleva a esa categoría, solo obturada por una cultura destructiva que potencia esas sombras y esquinas que confirman nuestra condición humana; que constatan que no somos dioses, no por lo menos los de esa deidad abstracta y mágica.

Entonces, el vivir se transforma en un duro entrenamiento por aprender a dominar las fuerzas, no solo las de la naturaleza, sino fundamentalmente las interiores, esas que nos completan como las mujeres y hombres imperfectos que somos.

Cultivarnos para extraer la potencia existente en todo lo real y convertirla en recurso transformador de todo lo real, hasta alcanzar la armonía y el equilibrio, y vivir así hasta despedirnos;  ese buen morir que signifique el fin del ciclo para el que existimos..

El equilibrio no es estatismo, inmovilidad, parálisis; hasta donde sabemos, solo la muerte lo es. El equilibrio es la conciencia de dominar el movimiento; es la negociación entre los extremos vida y muerte, cuyas existencias lo justifica y lo reclama.

No es menos cierto que todo lo dicho nos obliga a reconocer sus falencias; quedar atrapado en el odio nos destruye porque rompe el juego de la ecuanimidad, la comprensión y la tolerancia y nos secuestra en su macabra red destructiva. Perdemos el control y pasamos a ser su instrumento.

Es como quedar secuestrado por el amor (por lo menos el romántico), produce una perdida de la dimensión de la realidad y, a posteriori un dolor transformado muchas veces en odio o un duelo que nos ocupará buena parte de la vida.

La crueldad y destructividad en los hombres, transformados en odio y sus acompañantes cercanos como la envidia, la competitividad, el egoísmo, etcétera, tienen su matriz en la cultura creada por el mismo, a diferencia de los animales en los que están relacionados al instinto. Esta agresión humana maligna, la que llamamos odio, nada tiene que ver con la de los seres que nos acompañan en este vivir en el planeta, porque nuestra cultura no los contiene.

Afortunadamente tenemos la consciencia, la razón, y la sabiduría de los años de evolución (y los mecanismos que de ellas se derivan), que nos permite comprender los artificios que inciden en estos comportamientos. A pesar de que siempre la civilización creada nos expondrá a la presión de su pensamiento dominante, y facilitará la emergencia de lo peor que nos habita, el equilibrio entre ambas pulsiones, erótica (amor) y tanática (odio), puede encontrar su lugar equidistante y comportarnos como los humanos que somos; en ese caso el odio será una emoción mas y no la que domine y nos transforme en bestias.

   *Dr.Carlos Nieto
 Oga Cultura y Transformación